miércoles, 5 de julio de 2017



El sueño de los justicieros

Cuando llegué a su celda, en la Cárcel Modelo de Bogotá, Marcos* me mostró una figura de León de Greiff que estaba pintando en esos días; “fue uno de los que guardó la espada de Bolívar, cuando el M-19 la tenía”, me dijo más tarde. A esa misma hora, en el Auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional, las caricaturas de Marcos estaban expuestas para un amplio público. Entendí la insinuación: quería instalarse en nuestra conversación como un artista, no como un preso.
Marcos se había negado a hablar conmigo en la capilla de la cárcel, como lo sugirieron los funcionarios que facilitaron nuestro encuentro. “En mi celda”, dijo. O más bien ordenó, por el tono en que lo propuso. Mérida, la educadora encargada de “ubicarme”, me miró como esperando alguna señal de negativa. Le respondí con un gesto de suficiencia. Así fue como nos adentramos por escaleras, pasillos oscuros, una salita con una mesa de billar, más pasillos. Algunas ventanas opacas. Miré a través de una de ellas. Daban a un patio asfixiado en donde había una estatua del Divino Niño y decenas de papelitos doblados a su alrededor, como una nube de basura blanca. Eran las peticiones de los internos. Acostumbran a poner por escrito sus promesas al Altísimo y dejarlas ahí, a ver si algún día las atiende.
“Vamos”, me dijo Mérida, cuando vio que me rezagaba. Caminamos otro pequeño tramo en medio de un silencio implacable, hasta que llegamos a la celda de Marcos. La educadora me miró insegura y tratando de romper el hielo, antes de irse, me tomó por el brazo y dijo para que la oyeran: “Bueno, aquí la dejo en malas manos”… Nadie rió. “¿Sí trajo su cinturón de castidad?”, agregó, como tratando de probar su sentido del humor. Yo me reí con angustia mientras me sonrojaba, al advertir alguna vergüenza en la expresión de Marcos, que permanecía en silencio al frente de su celda.
Marcos tenía ojos nocturnos y ademanes de catedrático. Era sereno, dulce, inteligente; emergía de silencios profundos con un gesto de sabiduría y de tristeza para decirme más de lo que yo podía creerle. En su celda había pinturas pegadas en la pared, un pequeño estante con libros y una sensación de calidez que resultaba inquietante descifrar. La cama donde dormía era un bloque de cemento empotrado en una de las paredes, con un colchón suave y una colcha tejida a mano. Todo olía a tabaco. Íbamos por el segundo cigarrillo cuando él y su amigo Fernando, que se había unido a la reunión, me ofrecieron tinto. “¿O un whisky?”, preguntaron. Querían ser amables.
Estábamos en una de las zonas V.I.P. de La Modelo: el ala norte, donde los internos tenían celdas y no estaban obligados a dormir en los pasillos. Ya en ese entonces, el hacinamiento era extremo. La cárcel alojaba unas 3.000 personas más de las que le cabían, dadas las limitaciones de su arquitectura y del sentido común. Una celda de unos 2 metros de largo, por algo así como metro y medio de ancho, costaba cinco millones de pesos en aquella época. Uno de los metros cuadrados más caros del país. Cuando el preso salía en libertad vendía su celda y así tenía un pequeño capital para iniciar su nueva vida.
Al principio hablamos de su infancia, de su primera pintura: “Fue un Cristo, un Sagrado Corazón de Jesús”, me dijo Marcos sin mirarme a los ojos. “Ese dibujo lo hice para mi Primera Comunión, a los siete años… En el colegio quedaron sorprendidos. Dijeron que como premio me iban a dar un poema de Rubén Darío para que lo declamara en público… Ese poema de ‘Colombia es una tierra de leones’... Y me pusieron a izar bandera. Ese lunes, primero me pasaron por todos los salones mostrando el dibujo; después vino la formación, la revisión, la izada de bandera... Y luego: ‘El alumno Marcos va a declamar…’  Y yo me acuerdo que decía: ‘Colombia es una tierra de leones...’  y ahí quedaba... ¡No recordaba nada más!… ¡Estaba bloqueado! ¡Completamente bloqueado! Yo repetía y repetía y... nada…  No pude. No pude declamar y de eso me quedó como un trauma”...
A Nicaragua, la tierra de Rubén Darío, fue a parar mucho tiempo después. Allí trabajó como periodista y caricaturista en el “Nuevo Diario”, un periódico que representaba la línea reformista del sandinismo, encabezada por Sergio Ramírez; eran las épocas en que Violeta Chamorro comenzaba a puntualizar la marcha atrás de la revolución. Allá pudo desplegar su creatividad y perfilar un estilo propio para sus dibujos. Ingresó a ese país, según pude establecer mucho tiempo después, con una cédula guatemalteca y una identidad falsa. El seudónimo con el que firmaba sus trabajos era “Marcos”: el mismo que utilizaba en su vida clandestina como guerrillero del M-19. El mismo nombre que años después se convertiría en un extravagante indicio en su contra.
Al M-19 había ingresado en Cali, su ciudad natal, porque lo sedujo el imponente movimiento estudiantil del colegio Santa Librada, en los años 70. Fue reclutado por uno de sus profesores, Elvencio Ruiz, y la compañera de éste, Carmenza Cardona. El primero moriría en 1985, como jefe militar del comando que asaltó el Palacio de Justicia. La segunda se inmortalizó como “La Chiqui”, durante la toma de la Embajada Dominicana, en 1981.
Marcos se sumó a ese grupo guerrillero por motivos que no hizo explícitos del todo. Su ingreso coincidió con la etapa épica del M-19: una época en la que el país pensaba que eran solo un grupo de estudiantes románticos y osados. “Para el M-19 nunca fueron demasiado importantes las armas. La idea era realizar operativos lo más ‘limpios’ posible: sin violencia. El tiempo en el que yo estuve vinculado en la parte militar, fue un periodo de mucha audacia en la operación; eso permitía que no se diera la confrontación directa. O sea, lo que hacíamos era tomar carros de leche, repartirla entre la gente y ese tipo de acciones... Un poco la vaina de Robin Hood… Eso nos acercó mucho a la gente; sentía uno el abrazo, el cariño... Uno iba a un barrio con un carro de leche, o juguetes o lo que se fuera a repartir y la gente se le ponía muy feliz... Se quedaba uno con el recuerdo del beso, del abrazo...”
Marcos cayó preso poco después de haber emprendido su vida guerrillera. Tenía 19 años cuando fue capturado y procesado en el Consejo de Guerra que el presidente Turbay Ayala le siguió a gran parte de la cúpula del M-19, en La Picota de Bogotá. Corría 1979.
En esa cárcel duró dos años y cuando salió, como ya estaba “quemado”, se le ordenó irse de Colombia para colaborar en las actividades internacionales del movimiento. En esa larga correría pasó por muchos lugares y fue a dar a Nicaragua, de donde regresó cuando se acordó la concentración en Santo Domingo, Cauca, con miras a la entrega de armas y desmovilización definitiva del M-19. Once años después, y preso en La Modelo, aun seguía defendiendo ese proceso de paz: “Soy un convencido de que la decisión de entregar las armas fue acertadísima. La guerra degrada, la guerra es horrible. La guerra produce ceguera, la guerra produce asesinatos, la guerra produce mentiras. La mentira es base fundamental de la guerra. Todas las fuerzas que están involucradas tienen que mentir; mienten en la victoria, mienten en la justificación de esa guerra. El eme la vivió y aprendió”, me dijo Marcos y levantó los brazos, como si se dirigiera a una tribuna pública.
La militancia política había inhibido su actividad artística: “Siempre quise ser artista, pero el activismo es arrasador. Cuando empecé en la militancia estaba apenas en un proceso de formación en el arte. No había todavía un buen manejo de la técnica y no había claridad para tomar la decisión de ser artista. En esa época dedicarme al arte era como un acto de cobardía.”  Pero una vez entregadas las armas e iniciado el proceso de vida política legal del M-19, Marcos asumió una nueva postura: “Yo me planteo: ¿cuál va a ser mi respuesta a toda la gente que creyó en el M-19?  No quería hacer una carrera política dentro de la Alianza Democrática, sobre todo después de que mataron a Carlos (Pizarro) con quien fuimos grandes amigos y tuvimos una relación muy chévere. Entonces, con otros compañeros que vivían en Cali, creamos una fundación en la que la idea fundamental era rescatar la tolerancia en los espacios públicos a través del arte. Eran momentos en que Cali estaba viviendo una situación extremadamente dura, por la presencia de la muerte en todos los rincones de la ciudad. La propuesta era ir sensibilizando a la gente para que valorara la vida... Y queríamos, y quiero, hacer un carnaval propio, el Carnaval Internacional del Pacífico...”
De Nicaragua viene un vuelo cargado de…
La historia de Marcos adopta en este punto un giro radical. De ser un guerrillero desmovilizado que buscaba emprender una nueva forma de vida, se convirtió en el protagonista de hechos sobrecogedores. Frente a lo ocurrido en ese 1995, cuando cayó preso por segunda y última vez en su vida, hay una serie de versiones confusas, contradictorias, que aún hoy en día no se han aclarado del todo.
Según Marcos, hacia mediados de ese año recibió una llamada de Nicaragua en la que un amigo suyo de apellido Alemán, que manejaba negocios de arte, le pidió alojar a un sandinista que venía para Colombia. Marcos no preguntó mucho. Le bastó con saber que era un sandinista, un piloto que venía “por debajo de cuerdas”, a recibir una instrucción en aviación para acreditarse en su profesión. “¿Por qué ‘por debajo de cuerdas’?”, le pregunté. “Porque si le daban una instrucción, digamos, formal, a él le salía mucho más cara; por eso a través de algunos contactos le iban a dar la capacitación y la acreditación que necesitaba, cobrándole mucho menos”, me respondió él, esta vez mirándome de frente.
Marcos insistía en que se había  limitado a abrirle las puertas de su casa al “Nica” y a atenderlo de la mejor forma posible. El piloto se quedó un corto tiempo y luego se marchó, sin despedirse. Sorprendido, Marcos llamó a Nicaragua, pero nadie allí supo darle razón del sandinista. Poco tiempo después, llegaron a su casa los servicios de seguridad del Estado, le hicieron un allanamiento y lo detuvieron a él y a un primo suyo. La acusación: secuestro. La supuesta víctima: el piloto nicaragüense que él había alojado en su casa.
Desde el principio, a Marcos no lo sorprendió la gravedad de la acusación sino lo absurdo de la misma. Desvirtuar ese delito era relativamente fácil. Los vecinos no sólo habían visto entrar y salir con plena libertad al piloto nicaragüense, sino que también lo habían invitado a fiestas y actividades sociales.
Por fin, las pruebas acopiadas demostraron que la acusación de secuestro era insostenible. Sin embargo, vino lo peor: “Determina la fiscalía pues que sí, que definitivamente la acusación no era válida. Pero el piloto hizo nuevas acusaciones: dijo que yo era miembro del Frente Zapatista de Liberación Nacional; que con ese grupo y algunos contactos de Nicaragua lo habíamos incitado, a través de engaños, a tomar un avión que iba para México; que luego yo había ordenado el desvío de ese avión hacia Colombia; que una vez aquí, en Colombia, yo le había cambiado la matrícula al avión y lo había secuestrado a él...” 
Dado que el Frente Zapatista de Liberación Nacional es un grupo insurgente que no opera en Colombia, Marcos fue acusado de desvío de aeronave y por ahí derecho de terrorismo internacional, “los delitos más estigmatizados que hay”... Ya hacía siete años de eso cuando hablé con él en la cárcel Modelo, y todavía mantenía su condición de sindicado.
Había un conjunto de elementos que operaban como indicios en contra de Marcos. Él había pertenecido a un grupo guerrillero, por lo que sus nexos con los zapatistas no eran descartables. Además, empleaba el nombre Marcos para firmar sus caricaturas y, para las autoridades, esto sugería una conexión con el “Subcomandante Marcos”, líder del Frente Zapatista en México. Todo era sospechoso y por eso se le mantuvo privado de la libertad.
En la cárcel se dedicó obstinadamente a pintar en lo que él no sabía si definir como “figurativo-abstracto” o “abstracto-figurativo”. En sus telas sobresalía un magnífico manejo del color  “evocando las macetas de mi niñez”. “¿Macetas?” “Sí. Las macetas son una estructura de balso en la que se ubican los confites, el mecato caleño. Por eso están llenas de color”. Confesó que lograba los tonos de los colores con gran dificultad, porque en la cárcel las ventanas son de una mezquindad apenas razonable. La luz natural es un lujo exótico.
 Marcos se reconocía influenciado por Roberto Matta, el pintor chileno, y por Wilfredo Lamb, el cubano. En caricatura, además de la marca dejada por sus maestros, Carlos Duplat y Linares, encontraba identidad con John Dix, un caricaturista alemán. Le gustaba pintar relojes y toros. También caballos y cometas. Yo veía en su obra un aire a Dalí,  pero Marcos se declaraba expresionista. Admiraba el Renacimiento y lo consideraba el referente histórico más próximo, guardando las proporciones, a la actualidad artística: “hay que volver a unir ciencia y arte”, decía. Le gustaba trabajar con pastel, carboncillo y oleo.
En óleo estaba preparando una pintura para exponerla en la Alianza Colombo Francesa, cuando hubo requisa general en La Modelo. En esos casos nunca se avisa con anticipación; sencillamente se da la orden de salir de las celdas, se agrupa a los presos en los patios y se procede a inspeccionar. La pintura todavía estaba fresca y Marcos solo alcanzó a poner un letrero de emergencia para la guardia; en la parte de arriba escribió: “CUIDADO, ESTOY ARMADO”; y en la parte de abajo completó el mensaje: “DE VOLUNTAD”. Cuando volvió a su celda encontró la pintura completamente estropeada. Se sonrió. Se sonreía todavía cuando lo contaba; ya le había pasado antes y terminó por sacarle provecho. El guardián no sabía que su agresividad con la obra, convirtió la pintura inédita en un “happening”, una modalidad de exposición en la que el público completa el significado de la obra.
Y llegó el Salvador…
Nuestra primera conversación terminó con un almuerzo ligero: una ensalada de frutas, con un queso milenario, comprada en uno de los “caspetes” de la prisión. Fernando, un administrador público que estaba preso por estafa, nos acompañó casi todo el tiempo. Me observaba con curiosidad y validaba con la cabeza la narración que Marcos desgranaba.
Antes de irme le hice la pregunta obligada: “¿Por qué habiéndole ofrecido tu hospitalidad a ese señor, él termina acusándote de secuestro?” “Porque está loco”, me respondió con un gesto sombrío. “¡Vaya!”, pensé yo. “Definitivamente es cierto lo que dicen: en la cárcel todos son inocentes”.
Sobre esa laguna de imprecisiones nos despedimos. De beso. “Gracias por el milagro”, me dijo mientras avanzábamos hacia la salida. Me sorprendí. “Mérida, la educadora, nunca había subido hasta las celdas. Ella nunca sale del área educativa. Hoy le tocó porque estaba preocupada por tu castidad.” Los dos reímos.

Durante sucesivos encuentros con Marcos fui enterándome de varios datos sobre su acusador. La primera sorpresa fue saber que Roberto Salvador Mayorga, el dichoso piloto nicaragüense, también estaba preso en La Modelo. “Modelaba” en el ala sur, donde ubicaban a los paramilitares. La situación era genuinamente perversa.
Nunca logré hablar con Salvador, pero pude conocer los pormenores de su historia a través de documentos legales y periodísticos. Acercándome a este personaje pude comprobar que toda esta historia era aún más enrevesada de lo que parecía.
A Salvador Mayorga lo describe la prensa como un hombre “moreno, robusto, con un bigote al estilo Javier Solís” y que lucía el pintoresco tatuaje de una hoja de marihuana en su antebrazo. Sus compañeros de patio lo llamaban “Nicaragua”.
La historia que lo unía Marcos comienza con una  avioneta Cessna Grand Caravan modelo 208, monomotor; para más señas, blanca, matrícula YN-CED y adscrita a la aerolínea “La Costeña”. Su propietario era un hombre llamado Alfredo Caballero, quien en el pasado había sido sindicado por tráfico de narcóticos y lavado de dólares en Estados Unidos.
El episodio comienza cuando la aeronave fue rentada por la firma “Centro Nacional de Estudios de la Naturaleza”, supuestamente para realizar un recorrido de turismo ecológico y de estudio científico sobre el Río San Juan y el Lago de Granada, cerca de la Costa Atlántica nicaragüense.
La nave despegó el 30 de julio de 1995 a las 7 de la mañana, desde el Aeropuerto Internacional de Managua; al mando estaba el Capitán Andrés Avelino Narváez. Unos minutos más tarde, la avioneta hizo una escala en el aeropuerto La Paloma de la Isla Ometepe, en el Lago de Nicaragua. Allí la abordó Roberto Salvador Mayorga. Es en este punto donde se fraguan los misterios más grandes de toda esta historia.
Lo cierto es que seis horas después de su despegue, las autoridades aeronáuticas reportaron la nave como desaparecida. Los primeros en dar la alerta fueron  algunos radioaficionados y la noticia fue confirmada luego por los operadores de radar. Seis días más tarde fue encontrado en Colombia el cadáver del Capitán Narváez, piloto de la nave, con tres impactos de arma de fuego en su cuerpo. Y la aeronave apareció tres días después en una pista cercana a Villavicencio.
El tema de la avioneta perdida saltó a las primeras páginas de los diarios colombianos y nicaragüenses, luego de que se filtró una información según la cual uno de los pasajeros de ese vuelo era nada más ni nada menos que Miguel Rodríguez Orejuela, el narcotraficante del Cartel de Cali más buscado de Colombia en aquellos años.
¿Qué había sucedido realmente?
Salvador Mayorga entregó dos declaraciones iniciales a las autoridades, en 1995. La primera se produjo el 28 de septiembre, ante el Consulado de Nicaragua en Cali y la repitió pocas horas después ante la Coordinación de Extranjería del DAS de la misma ciudad. Era un relato voluntario, que quedó consignado en un manuscrito. La segunda fue un testimonio jurado, que presentó el 1 de octubre ante la Unidad Investigativa de la Policía Judicial, Seccional del DAS Valle del Cauca.
En la primera declaración dijo que todo había comenzado cuando Marcos se había ofrecido para ayudarle a conseguir un trabajo como piloto en Colombia. Aparentemente, él había aceptado porque ya llevaba desempleado más de cinco años. Agregó que Marcos le había pagado, de su propio bolsillo, una costosa capacitación de “refrescamiento”, algo así como una actualización, en la Escuela aeronáutica “Los Brasiles” (Nicaragua). También declaró que le había presentado a unos amigos mexicanos, que se identificaron como miembros del Ejército Zapatista de Liberación Nacional –EZLN-, y a un señor de nombre Saúl o Andrés, quien sería el contacto para vincularlo laboralmente en Colombia.
Mayorga prosigue su relato indicando que un buen día Marcos lo buscó para que participara en un vuelo, pero le hizo una extraña advertencia: no podía salir de su casa hasta el día del despegue. Llegada la fecha, se presentó con un grupo de mexicanos y todos juntos viajaron hasta el Puerto de San Jorge, en donde pasaron la noche. Al día siguiente cruzaron hasta la Isla de Ometepe, en una lancha alquilada. Una vez allí fueron al aeropuerto de La Paloma para encontrarse con el Capitán Narváez. No bien se habían saludado cuando Marcos y los mexicanos les pidieron abordar la nave y les entregaron un termo con hielo y gaseosas. Una vez dentro de la avioneta, Mayorga dice que vio a un extraño hombre, “bajo, blanco, canoso”, de unos cincuenta años, vestido de jeans y que usaba anteojos oscuros con marco de carey.
La avioneta despegó y, pocos minutos más tarde, a eso de las 8.20 de la mañana, el hombre de anteojos oscuros tomó el control de la aeronave y les ordenó desviar el vuelo hacia Colombia. Salvador Mayorga aseguró que este misterioso sujeto era el narcotraficante Miguel Rodríguez Orejuela. Mencionó, así mismo, que otro de los pasajeros era Helmer Herrera, alias “Pacho”, uno de los lugartenientes del capo.
La avioneta habría aterrizado horas después en Girardot y desde allí, por indicación de Marcos, Salvador Mayorga se habría trasladado a una casa en Bogotá. Dice que luego Marcos le ofreció 20 mil dólares para que viajara con droga en el estómago rumbo a Jamaica, pero él no aceptó. Finalmente ambos viajaron a Cali en un vuelo de AVIANCA, y una vez en esa ciudad fue retenido contra su voluntad hasta el momento en que logró escapar y se presentó ante el Consulado de su país, para contar lo sucedido y pedir protección.
En la segunda versión de Salvador Mayorga, esta vez juramentada, hizo algunos cambios a su relato inicial. Ya no señaló a Marcos como la persona que lo contactó en Nicaragua cuando estaba buscando trabajo, sino a otro sujeto “de nombre o apellido Alemán”. Además, involucró a un nuevo protagonista: Jorge Guerrero. Aseguró que era el cómplice de Marcos, y que ellos dos habían sido los autores intelectuales de toda la operación. Jorge Guerrero, alias “El Cuervo”, era un personaje muy conocido en Nicaragua por haber sido el jefe de seguridad del entonces ex presidente Daniel Ortega.
Las autoridades y la prensa dieron total credibilidad a las primeras declaraciones de Mayorga. En Managua se dictó orden de captura contra Jorge Guerrero, el supuesto cómplice de Marcos. La policía de ese país envió al agente especial Guadalupe Mejía para que interrogara al denunciante. Cuando Mejía remitió su reporte, el Subdirector de la Policía Nacional de Nicaragua, Comandante Eduardo Cuadra, convocó una rueda de prensa y entregó la primera versión oficial de Nicaragua sobre el caso, el 6 de octubre de 1995. En sus declaraciones ratificó la veracidad de los dos testimonios entregados por Salvador Mayorga y confirmó la presencia de Miguel Rodríguez Orejuela y de Helmer Herrera en la avioneta secuestrada. La prensa colombiana replicó fielmente esa información.
Durante las semanas siguientes apareció en los diarios una multitud de despachos noticiosos, todos orientados a reconstruir los hechos y a determinar sus alcances.
La policía de Nicaragua presentó una nueva versión, fundada tanto en las declaraciones de Mayorga como en informaciones adicionales que habían logrado acopiar. Según sus conclusiones, quienes habían abordado la aeronave en Ometepe eran dos sujetos identificados como Frank Lacayo y Carlos López Baquedano, ambos de nacionalidad colombiana. Supuestamente, ellos habían sido los autores materiales del secuestro. La prensa nicaragüense mencionó también a estas personas, pero añadió que estaban acompañados por un ciudadano de nacionalidad mexicana.
Luego apareció una “fuente anónima” de la Policía, afrimando que Mayorga también formaba parte del grupo de secuestradores y que todos los delincuentes habían sido contratados por narcotraficantes colombianos, quienes les habían pagado 15 mil dólares para cometer el ilícito. Según esa fuente, los tres sujetos abordaron la avioneta, encañonaron al piloto y luego le ordenaron partir rumbo a Colombia. Todos, -autoridades nicaragüenses, los diarios “La Prensa”, “El Nuevo Diario” y “La Tribuna” de Nicaragua, así como los periódicos “El Tiempo”, “El Espectador” y la Revista SEMANA de Colombia-  coincidieron en que se trataba de un operativo del Cartel de Cali, con la presencia de Miguel Rodríguez Orejuela, aunque sin aclarar en qué momento había aparecido en escena.
Sobre la trayectoria de la aeronave, el diario La Prensa de Nicaragua publicó que la avioneta había aterrizado en algún lugar costero de Panamá, en donde los esperaba un avión bimotor para intercambiar tripulación y pasajeros. Luego las dos naves despegaron rumbo a Colombia y mientras la avioneta Cessna aterrizó en Villavicencio, el avión bimotor lo habría hecho en una pista clandestina cerca de Bogotá. Los reportes oficiales de la Policía de Nicaragua indicaron que finalmente avioneta fue encontrada el 8 de agosto en los hangares de la empresa “La Frontera”, en Villavicencio, cuando estaban pintado el fuselaje para ocultar el número de identificación del aparato.
Respecto al asesinato del Capitán Andrés Avelino Narváez Delgado, piloto de la aeronave, se dijo que su cuerpo había sido hallado en la Vereda “El Puyón”, en cercanías de Zipaquirá. Presentaba una herida de arma de fuego en el corazón, otra en la sien y otra en el rostro. El diario “La Prensa” señaló que Narváez había sido asesinado por “intentar escapar”, tras el secuestro y el arribo de la aeronave a Colombia.
La presencia de Miguel Rodríguez Orejuela en la avioneta
La supuesta presencia del capo en la aeronave desviada desde Nicaragua hacia Colombia se convirtió rápidamente en un hit noticioso. Ejemplo de ello es el contundente titular del diario El Tiempo, 7 de octubre de 1995, que dice: “Miguel Rodríguez estuvo en Nicaragua antes de su captura”. Más contundente aún el titular de la revista SEMANA, el 13 de noviembre de 1995, que señala: “Confirmado” refiriéndose a la presencia de Miguel Rodríguez en el país centroamericano. La única prueba de ese hecho era la declaración de Roberto Salvador Mayorga, validada por los funcionarios policiales.
Las autoridades nicaragüenses urdieron hipótesis y sacaron sus propias conjeturas. Indicaron que muy probablemente Rodríguez Orejuela se había alojado en un hospedaje barato del centro de Managua, muy próximo a un lugar donde había funcionado un establecimiento llamado “Cine El Dorado”. Dijeron que cerca de ese lugar había sido vista una camioneta Mitsubishi Montero de color azul, cuyo propietario era Jorge Guerrero, “El Cuervo”, y por eso lo vincularon al proceso y lo pusieron en la cárcel.
Durante aquellos años en Colombia se había conformado un cuerpo policial especializado, conocido como el Bloque de Búsqueda, para atrapar a Miguel Rodríguez Orejuela. El narcotraficante finalmente cayó en manos de las autoridades el 6 de agosto de 1995, es decir, una semana después del despegue de la aeronave en Nicaragua.
En realidad, las autoridades colombianas jamás admitieron oficialmente la versión de que Miguel Rodríguez estuviera involucrado en el episodio de la avioneta secuestrada. La razones eran simples: el Bloque de Búsqueda seguía muy de cerca los pasos del capo desde el 17 de julio de ese año, gracias a una agente de inteligencia de la Armada que había logrado infiltrar el Cartel de Cali. Ya el 22 de julio habían estado a punto de capturarlo y la puntada final se dio el 6 de agosto, culminando así un exhaustivo trabajo de seguimiento. Era imposible que Rodríguez hubiera salido de Colombia. Ni siquiera había podido salir de Cali, donde permaneció acorralado dentro de sofisticadas caletas que había construido en casi todas sus propiedades. También resultaba descabellado pensar que en el hipotético caso de que hubiera logrado salir del país hacia Nicaragua, después hubiera regresado en una avioneta secuestrada para ponérsele en bandeja de plata a sus perseguidores.
Durante los primeros interrogatorios a Mayorga le presentaron unas fotografías y no fue capaz de reconocer a Rodríguez Orejuela, ni a Helmer Herrera, ni a nadie del Cartel de Cali. La prensa nicaragüense, sin embargo, lanzó conjeturas suspicaces dando a entender que las autoridades colombianas ocultaban información sobre este caso.
El juez nicaragüense Germán Vásquez dejó en libertad a Jorge Guerrero, un mes después de su detención, porque no halló méritos para sostener los cargos en su contra. Algunos medios de ese país miraron con desconfianza esa decisión judicial. Especularon sobre las motivaciones políticas de Vásquez, que era un viejo militante sandinista: eso lo ponía en afinidad ideológica con el acusado, quien había alcanzado el grado de Coronel en el sandinismo y era conocido por ser el hombre de confianza de Daniel Ortega. Pese a las suspicacias, Guerrero nunca volvió a ser vinculado con este caso.
Súbitamente, tanto la prensa, como las autoridades de Nicaragua olvidaron el tema. El caso quedó cerrado para la opinión pública, pero no para Marcos, ni para Salvador Mayorga que ahora se encontraban en la cárcel, con graves acusaciones en su contra.
A esas alturas, Marcos estaba fuertemente comprometido en este enredo judicial. Y, a pesar de toda la lana que logró recoger, también Salvador Mayorga salió trasquilado. Inicialmente, al momento de presentarse ante el Cónsul Honorario de Nicaragua en Cali, Jorge Guzmán, portaba un pasaporte colombiano falso, con su fotografía, pero bajo el nombre de Julio Alberto Mora Vargas. Ante la situación, el Cónsul se comunicó con el entonces Embajador de Nicaragua en Colombia, Ernesto Salmerón, y le comentó el caso. Salmerón le pidió poner la situación en conocimiento de las autoridades colombianas, mientras él hacía lo propio con las autoridades nicaragüenses. Mayorga entonces fue reportado por el consulado ante el DAS. Días después, la Fiscalía 49 le dictó medida de aseguramiento, consistente en detención preventiva, por falsedad en documento. Al principio se le detuvo en el DAS de Cali y luego fue transferido a los calabozos de Paloquemao en Bogotá. El 13 de octubre de 1995 se ordenó su traslado a la Cárcel Nacional Modelo. Tiempo después, a raíz de la inconsistencia en las versiones, la ausencia de pruebas en su defensa y nueva información allegada al caso, la Fiscalía lo sindicó por los delitos de secuestro, desvío de aeronave y narcotráfico. También lo responsabilizó de homicidio agravado, por la muerte del Capitán Narváez. Así fue como Marcos y su denunciante terminaron detenidos en la misma prisión.
Testimonios y vidas
Las evidentes inconsistencias en las dos primeras declaraciones de Salvador Mayorga fueron vistas por las autoridades colombianas como simples imprecisiones, que obedecían al interés del denunciante por ocultar su participación en el secuestro de la aeronave. Con el tiempo, su versión inicial fue cambiando sustancialmente hasta convertirse en un relato completamente diferente.
En una entrevista con el diario La Prensa de Nicaragua, el 6 de agosto de 2001, seis años después del plagio de la aeronave, Roberto Salvador Mayorga negó rotundamente haber visto a algún miembro del Cartel de Cali en la avioneta Cessna secuestrada. Dijo que conocía a Miguel Rodríguez Orejuela solamente por televisión.
Frente a la pregunta de cómo había conocido a Marcos y cuál había sido su relación con él, Mayorga contestó: “lo conocí en una exposición de obras de arte, por medio de un señor de nombre o apellido Alemán. Para la época, algunos pilotos de helicópteros soviéticos estaban siendo contratados por una empresa colombiana [llamada] ‘Helicol-Avianca’.
“[Marcos] me brindó su dirección en Cali, Colombia, a solicitud de este señor Alemán, por si de pronto se daba el trabajo de los helicópteros (sic). Los contratos fueron suspendidos, pero yo tomé la decisión de viajar a Colombia, por si se renovaban los contratos, estar más cerca de conseguir el trabajo (sic)”.
Estas declaraciones coincidían con lo que Marcos había dicho desde el comienzo. Es notorio que en todos los testimonios entregados por Mayorga, siempre habló sobre la intención de trabajar en Colombia. Resulta difícil suponer, entonces, que haya abordado inocentemente la avioneta y que justamente ese vuelo hubiera terminado en territorio colombiano.
En otra entrevista concedida al Nuevo Diario de Nicaragua, el 30 de octubre de 2003 (ocho años después del ilícito), Mayorga añadió nuevos detalles. Esta vez aseguró que todo había comenzado cuando él buscó al Capitán Andrés Avelino Narváez para que lo ayudara a entrar a trabajar en la aerolínea “La Costeña”, donde Narváez laboraba. Éste le advirtió que necesitaría cuando menos 20 horas de entrenamiento en aviones Cessna Grand Caravan y 200 horas de vuelo adicionales para que lo aceptaran en la empresa. Agregó que Narváez le prestó 500 dólares para que fuera a actualizar conocimientos en la Escuela “Los Brasiles”. Pero como esa capacitación no era suficiente, lo invitó también a que volara como observador en el puesto de copiloto, cada vez que él comandara un avión Cessna: así podría completar su formación. La compañía aérea no podía enterarse de este acuerdo, porque este tipo de convenios estaban prohibidos. Según Mayorga, el 26 de julio de 1995, el piloto Narváez le avisó del vuelo que se realizaría en el Cessna, por varias zonas de la Costa  Atlántica nicaragüense; Mayorga viajaría de copiloto, como lo tenían acordado. Dado que todo esto se estaba haciendo “a escondidas”, no abordaría la avioneta en Managua, sino en la Isla Ometepe. En esta última versión ya ni siquiera menciona a Marcos.

Algunos meses después de entrar en la cárcel Marcos comenzó a preguntarse si en lugar de un complot, o una conspiración, como lo había pensado en un principio, más bien no estaría al frente de un trastorno mental. “Mayorga está loco”, dijo, pero nadie le creyó. Intentar que el mundo declare desquiciado al acusador es uno de los trucos más viejos y desacreditados en el mundo jurídico. Aún así, Marcos pidió que el Instituto de Medicina Legal practicara una prueba para determinar el estado de salud mental del denunciante; la fiscalía encontró mérito para realizarla y así se hizo. Finalmente, se produjo un dictamen médico contundente: el piloto padecía una enfermedad mental llamada “esquizofrenia paranoide”. La fiscalía avaló el diagnóstico, pero poco después incorporó una nueva arandela: no había manera de probar si Mayorga estaba enfermo al momento de rendir la declaración que había dado origen al proceso. Por lo tanto, el testimonio conservaba su validez.
Marcos pidió entonces información acerca de los antecedentes psiquiátricos del piloto y encontró que había estado interno en un hospital mental de Nicaragua. Durante la época de la confrontación con los “contras”, era piloto de guerra y estuvo al frente de operativos cruentos y temerarios. No era de extrañar que su cordura hubiera terminado menguada.
Encontró también que el piloto estaba siendo procesado por la justicia de Nicaragua. Tenían pruebas de que Mayorga había sacado la avioneta de ese país y la había dirigido hacia Colombia, sin autorización de la aeronáutica civil. También sabían que Mayorga no solo conocía al capitán de la nave, Avelino Narváez, sino que tenía amistad con el dueño del aparato: un ciudadano cubano que había estado preso en Estados Unidos por tráfico de drogas. Marcos solicitó que el proceso nicaragüense fuera trasladado a Colombia, para convalidar esas pruebas, pero Nicaragua se negó.
Mientras avanzaba en el propósito de probar su inocencia, Marcos también tuvo que aprender a vivir en la prisión. Allí se convirtió en un recluso incómodo para las autoridades. Creo comités de derechos humanos en todas las cárceles por las que pasó. Lideró protestas entre los internos y fue permanentemente acechado por los guardias. En el “El Barne”, la penitenciaría de Tunja, pasó 24 horas en una celda de castigo, desnudo y en un clima que apenas superaba algunos grados bajo cero.
Con los días, aprendí que la celda de Marcos era un punto de encuentro político e intelectual dentro de La Modelo. Los demás presos llegaban allá para mirar el nuevo cuadro, para formular una pregunta legal, o simplemente con el ánimo de hacer tertulia. Marcos era un líder entre los internos, pero en los pasillos del INPEC se le llamaba “cacique” y se le miraba con recelo.
Tras una apariencia de timidez y fragilidad, Marcos era un mamagallista genuino y esa era la faceta que emergía con nitidez en sus caricaturas. A primera vista, parecía un hombre distante, pero de modales impecables: un rasgo paradójico y sobrecogedor dentro de la cárcel. Mantenía una actitud de aventurero. Durante una de mis visitas, y eludiendo la mirada de los guardias, me llevó a conocer rincones imprecisos. Así pude ver que algunos presos recibían su comida en tarros de pintura que sacaban de la basura; y me encontré cara a cara con los internos que extendían una manta y dormían en los pisos de los baños.
Me dijo que los guardias, un día cualquiera, se habían llevado varios de sus trabajos de caricatura. “Estaban en un sobre que no contenía Ántrax”. Yo interpuse una queja ante el INPEC para que le devolvieran las obras; luego le conté a él y a algunos de sus amigos. Todos se rieron; uno de ellos me abrazó y dijo “¡Qué ternura!” Marcos frunció el seño y se mordió los labios. Ahí entendí que en la prisión poner quejas es un acto fallido que forma parte de una suerte de folclore privado. Mi gesto era como un ritual de iniciación en el mundo de esos imposibles que para ellos son rutina.
Se escuchaban también historias espantosas. Algunas hablaban de ese abril del año 2000, cuando guerrilleros y paramilitares desenvainaron sus arsenales y se dieron plomo que daba miedo, dentro de la cárcel. Mientras tanto, la guardia observaba a distancia prudencial y las familias de los reclusos permanecían en vela en las afueras de la prisión, agitando banderas blancas y agonizando de angustia por sus seres queridos. El enfrentamiento había dejado 25 muertos y 10 desaparecidos. Una desaparición en la cárcel parecería ser una broma, pero macabramente, no es así. Dicen, en voz baja, que algunos cadáveres son “picados” y los pedazos botados o enterrados en los lugares más insospechados, para no dejar huellas de los crímenes.
En medio de esos desafueros, Marcos se protegía en el arte. Pero también en la amistad y en el amor. Su compañera, Cecilia, una mujer bella y temperamental, era su escudo frente al mundo exterior; era ella quien resolvía todo lo que se podía resolver para su causa. Por lo demás, Marcos parecía estar muy solo en su cruzada. Me sorprendió cuando me dijo que tenía un abogado de oficio. “Y la gente del M-19 ¿no te ayuda?”, le pregunté. “Sí, claro que sí… ellos están muy pendientes…”, me contestó sin añadir detalles y evadiendo las preguntas que siguieron. Era insobornable en su lealtad de ese grupo político.
“Esto ha sido un calvario. Un verdadero calvario.”, me dijo una tarde. “En mi proceso se ha dado vencimiento de términos, pero eso no se toma en cuenta. Yo veo que ahí existen dificultades en torno a lo que es el debido proceso y el derecho a la defensa. Ya he estado en cuatro cárceles... Y en El Barne no he debido estar, porque es una penitenciaría para condenados... Pero así son las cosas. Sólo quiero acabar con esto pronto”, agregó.
Efectivamente, la ley establece que ningún ciudadano debe permanecer privado de la libertad por un lapso mayor a 360 días, o 18 meses en situaciones excepcionales, si no pesa una condena formal en su contra. Marcos llevaba preso siete años y aún mantenía la categoría de “sindicado”. Una flagrante violación a sus derechos más elementales.
El acto final
Después de que el gobierno de Nicaragua se negó a aportar pruebas, Marcos entendió que su caso sólo podía ser resuelto por la ciencia. Las disciplinas que estudian la mente humana debían pronunciarse; establecer si la esquizofrenia paranoide era una patología que se manifestaba de repente, o una enfermedad constitutiva de la estructura psíquica. Por eso solicitó otro dictamen de un perito psiquiátrico.
En 2001 tuvo una audiencia y fue citado el perito. El especialista amplió el diagnóstico; indicó que la esquizofrenia paranoide, generalmente, es una enfermedad de temprana aparición en la vida de las personas. No se podía, por tanto, garantizar que el piloto estuviera lúcido en el momento de rendir su primera indagatoria.
Para Marcos no fue suficiente; solicitó entonces un perito en psicología: no quería dejar vacíos, resquicios por donde pudiera escabullirse todo el terreno ganado hasta ese momento. Pronto tuvo una nueva audiencia y se batió como un león frente al psicólogo que fue citado. Las conclusiones del trámite parecían favorecer su causa.
En términos objetivos, las acusaciones contra Marcos se levantaban sobre cimientos débiles; en realidad, estaba acusado de sospecha. “Yo solicité informes de Interpol, informes de DEA, informes de policía, informes de inteligencia... Y en ninguno de esos informes aparece el más mínimo indicio en mi contra”, señalaba Marcos. La única evidencia que lo incriminaba era un testimonio que ahora se desmoronaba como un pan viejo.
A estas alturas, admitir que Marcos hubiera estado preso por obra y gracia de la locura de un hombre, y por la estupidez del sistema, era un lujo que no querían darse los implicados. Sería un gigantesco ridículo para las autoridades policiales y judiciales de dos países y para el contingente de periodistas que avaló esa versión delirante. Por eso, hasta el último momento todos se resistieron a darle la razón a Marcos, en el sentido literal de la expresión.

Para Roberto Salvador Mayorga todo acabó el 27 de mayo de 2003. El proceso judicial que se le siguió en Colombia fue largo y complejo. Después de ser sindicado por los cargos de narcotráfico, homicidio agravado, falsedad en documento, desvío de aeronave y secuestro simple, finalmente fue condenado solamente por el último delito, a una pena de 13 años y nueve meses. La investigación por los demás crímenes precluyó.
El proceso contra Mayorga solo concluyó después de una ardua gestión que desplegó la Embajada de Nicaragua en Colombia, para que le fuera rebajada la pena por buen comportamiento. La decisión estuvo precedida por una amenaza de llevar el caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA. Mayorga obtuvo libertad condicional y regresó a Nicaragua. La última vez se supo de él a través de una carta, con una nueva versión de los hechos, que dirigió al diario La Prensa de Nicaragua, en junio de 2004; allí señala: “A finales de agosto de 1995, Andrés Avelino Narváez Delgado y yo fuimos secuestrados por un grupo de paramilitares colombianos, en un avión Cessna Grand Caravan de la empresa Costeña de Aviación”. Agrega luego que “Hoy, después de 1 año y 1 mes de haber regresado a Nicaragua me encuentro pasando serios apuros económicos derivados de esa prolongada privación de la libertad, que califico como un secuestro internacional por parte de un Estado extranjero, contra un ciudadano nicaragüense.”  Termina su mensaje solicitando ayuda económica a los lectores del periódico.
Miguel Abaunza, embajador nicaragüense, afirmó en 2003 que “al señor Roberto Salvador Mayorga Martínez (…) se le violaron todos sus derechos humanos durante el proceso judicial que se le siguió en Colombia, pues no tuvo acceso a la defensa y al debido proceso. A él se le negaron las oportunidades y lo condenaron, fue un chivo expiatorio. No soy testigo de los hechos del momento, no fui parte de esa investigación, pero por lo que vi el proceso tiene unas fallas jurídicas garrafales.”  Tan desproporcionadas estas fallas que ante la comprobación de que era un enfermo mental, la obligación de las autoridades era declararlo inimputable y darle un tratamiento completamente diferente a su caso.
En cambio, la situación de Marcos se resolvió de una manera muy distinta. Ocurrió el 18 de abril de 2002. Un día antes, en el patio 2 de La Modelo, había tenido lugar una álgida discusión. El tema: ¿qué clase de bicho describía Kafka en La Metamorfosis? ¿Un escarabajo? ¿Una cucaracha?... No podían ponerse de acuerdo. Marcos no participó en el entretenido debate de esa noche y se fue a acostar temprano. Al día siguiente tardó en levantarse. Fernando, uno de sus compañeros más cercanos, se sorprendió por la demora, pero no le dio mucha importancia al asunto hasta que pasó el medio día. Entonces comenzó a preocuparse. Comentó su inquietud con otros internos y decidieron ir a tocar la puerta de la celda de Marcos. No hubo respuesta. El grupo avisó a las autoridades de la prisión y un guardia llegó hasta el lugar para abrir la puerta. La celda estaba sumergida en un silencio extraño y el frío rasguñaba las paredes. Marcos permanecía acostado y parecía dormido, pero en realidad estaba muerto. Medicina legal dictaminó que el deceso se produjo hacia las cinco de la mañana, debido a un aneurisma coronario.
Marcos murió ese 18 de abril, a los 43 años de edad y unos 74 días antes de salir de la cárcel. Cecilia, su compañera, confirmó que finalmente el juzgado había ordenado su libertad; iba a hacerse efectiva en junio de 2002. Su corazón se detuvo justo cuando terminaban esos siete años en los que había estado atrapado dentro del delirio de un hombre enfermo y en los espejismos de quienes están más preocupados por buscar culpables, que por encontrar la verdad.
El último año de su vida había sido especialmente productivo. Ganó el primer premio de caricatura en el concurso “Humor Cautivo”, del Ministerio de Cultura; realizó una concurrida exposición en el auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional y preparaba otra para la Alianza Colombo Francesa. También ganó un concurso de arte erótico organizado por Ángel Becassino, con una obra elaborada en una técnica destinada a los ciegos, miopes y estúpidos que pueblan este mundo. No quiso caer en el lugar común de trabajar el erotismo desde el ojo, desde la figura femenina desnuda; pensó más bien en rescatar el valor de la caricia, del tacto; por eso a una composición abstracta en acrílico, con “colores indígenas” (como él los llamaba), le incorporó un mensaje escrito en braille, el lenguaje para invidentes: “Se puede hablar, se puede aclarar un diálogo, resolverlo... Respetando la ceguera del otro... Se puede recuperar la caricia, que se ha perdido y aquí en la cárcel juega un papel importantísimo”, me dijo una de esas mañanas perdidas en el hermetismo de la prisión.
Marcos pudo abarcar la elocuencia de la caricia en la cárcel y sentir el pulso de la vida a través de Cecilia, su compañera. Se veían muy enamorados. Estaban iniciando su vida juntos en Cali, cuando se desató esta singular tragedia. Desde entonces, Cecilia había seguido los pasos de Marcos, mudándose de ciudad en ciudad cada vez que a él lo trasladaban. En Villavicencio, en Tunja, en Bogotá, ella siempre cumplió obstinadamente la cita del domingo. Hizo todo cuanto estuvo en sus manos para mejorar su situación de cautiverio y hasta tuvo que tolerar una golpiza de los guardias en una de las varias ocasiones en que reclamó por un trato más digno para Marcos.
Algunas semanas después de su muerte, se presentó en un evento público que exponía los trabajos culturales de varios presidiarios, entre ellos, los de Marcos. Allí las autoridades carcelarias disertaron sobre la importancia de promover las actividades culturales entre los internos y exaltó una política denominada “Nueva cultura penitenciaria”. Al final, Cecilia se puso de pies y con la voz eterna de los que no tienen nada que perder, habló de los golpes, los maltratos verbales y los castigos desproporcionados a los que Marcos había sido sometido. Concluyó con una sentencia avasalladora: “Lo mató el INPEC. Gracias por la resocialización”. El auditorio respondió con un aplauso cerrado.
Cecilia estaba invadida de odio, un odio intenso que la carcomía y que la llevó al psiquiatra. “Si no estoy empepada, no me siento capaz de aguantar”, me dijo. Ella y Marcos tenían planes para ir a vivir juntos en Cuba. Querían celebrar esa fiesta de la libertad y vengarse de la desgracia intentando colmar de intensidad cada minuto. Estaban seguros de que iban a sobreponerse y recuperarían el tiempo perdido. Pero Marcos salió de la cárcel solo y sin vida, en medio de un callejón de honor que los presos hicieron, mientras lo aplaudían, lanzaban consignas y cantaban himnos.
En el último acto de esta farsa, Cecilia reclamó los restos mortales de su compañero y se los llevó en una infame travesía hasta Cali, su hogar. Nunca volví a saber de ella.
*Marcos es el seudónimo, no el nombre de pila del protagonista de esta historia.

sábado, 5 de octubre de 2013

Se vende problema eterno. Módicas cuotas mensuales



Por: Edith Sánchez

La mierda y su manejo, aunque muchos no lo crean, constituye una realidad determinante en la evolución humana.  No en vano el Psicoanálisis señala que en la fase anal del desarrollo se modelan, entre otros, el sentido del orden y, cosa curiosa, la relación con el dinero.   La forma en que un niño interactúa con sus heces y su orina en aquella etapa, y la guía de los adultos en ello, deja en el alma de la gente una posibilidad de dar o de no hacerlo.  De ahí, su adhesión mezquina o su desprendimiento del dinero.  Tacañería y estreñimiento, diarrea y despilfarro…  El dinero y el popó equivalen a lo mismo en el inconsciente humano.  En este orden de ideas, los banqueros vendrían a ser algo así como el intestino de una sociedad.  En el caso de Colombia, un tumor en el colon, porque, evidentemente, en más de una ocasión se han cagado en la ley.

Foto vía Flickr: http://www.flickr.com/photos/anvica/3260731808/

Mis reflexiones alrededor de la mierda y su razonable administración comenzaron esa tarde de septiembre cuando conocí a don Marco Aurelio Linares.  En realidad, el encuentro con este hombre resultó imprevisto.   Esperaba a otra persona mientras luchaba contra el calor invasivo de las tres de la tarde, en la sala de juntas de la Personería de Soacha, conversando con Carolina, mi brillante compañera de exploraciones soachunas.  Atrapadas entre una mesa infinita, seis sillas vacías y una fotografía impasible de la plaza del municipio, lo vimos aparecer con su fardo personal:  un hiperbólico maletín repleto de documentos.  Don Marco se abrió paso por entre la nada, moviéndose rápida y nerviosamente como si eludiera a una multitud.  Se sentó a mi lado y extendió su cartapacio horizontalmente.  Luego se quitó el reloj y lo puso sobre la mesa, como diciéndole al tiempo “tú te quedas donde yo te lo ordene”.  Es un hombre alto, menudo, con facciones finas y un extraño parecido a Mandrake.  En realidad es un Mandrake rehabilitado del cómic, salido de su trasescena y dispuesto a revelar los trucos de la historia.  Tiene los ojos verdes y un gesto sin gesto, algo así como una seguridad tensa.  Ni siquiera se presenta.  Comienza a hablar de manera atropellada, con la fluidez desaforada de quien se siente repleto de argumentos y, a la vez, incomprendido.

DON MARCO:  ¿Para dónde va la vivienda en Colombia?  Para dejar a todos los colombianos en la ruina.  ¿Por qué?  (Mmmm… la cosa no pinta bien…  él mismo se está haciendo la entrevista…)  Es que la forma en que nos está azotando el sistema financiero, pues es muy fregado para cualquier colombiano que se gane un mínimo…  (Para que le hagan un préstamo de vivienda a una persona, ¿qué le toca?...  Ser mentiroso…
YO(intentando tomar la dirección de la conversación):  Bueno, pero vamos por partes.  ¿Cuál es su nombre?
DON MARCO:  Marco Aurelio Linares  (me contesta, y yo me siento como una profesora de primaria llamando a lista).
YO:  Y veo que su problema es con un crédito de vivienda…
D.M.:  Correcto.  Es que vea, ¿qué pasa?  Que el sistema financiero es injusto.  ¿Por qué?  Porque…  (otra vez comenzó a entrevistarse él mismo.  Me apresuro para salirle al paso).
YO:  Don Marco, yo quisiera saber cómo llegó usted a todas esas conclusiones.  Mejor dicho, cuénteme su historia, qué fue lo que le ocurrió con los bancos.

(Silencio.  Di en el blanco.  La entrevista es mía).

D.M.  Pues mire, yo comencé como cualquier colombiano, inocente de cómo el banco le hace a uno las jugadas.  Eso fue en el año 98.  Yo hice un préstamo para vivienda en COLMENA por 11 millones y pico…
YO:  Quería comprar su casa con ese dinero…
D.M.  Sí.  No…  Bueno, mi idea era comprar la casa con esa plata, con otra plata que tenía ahorrada y con el subsidio que a uno le dan, porque la casa me costaba 19 millones en total.  La compré aquí en Soacha, en San Mateo.  En esos tiempos yo trabajaba en Coca-Cola y ganaba bien, casi tres salarios mínimos de esa época, por eso no le vi problema a hacerme a esa deuda.
YO:  ¿Y qué pasó?
D.M.  El crédito estaba pactado a 15 años, o sea 180 meses.  El asunto es que a medida que yo iba pagando, en el recibo no me iban disminuyendo el número de cuotas; al contrario:  aumentaban.  Y estando al día en los pagos, llegué a tener mi préstamo con saldo a 260 meses, que eso equivale a 18 años. 
YO:  ¿Cómo así?  ¿Por qué pasaba eso?
D.M.  Yo preguntaba en el banco, pero no me decían nada en concreto.  Daban a entender que era un error de digitación…  En un momento dado, el número de meses bajó, pero luego volvió y subió. 
Pero el problema más grave para mí comenzó en el año 2000, cuando nos mandaron un comunicado del Banco Colmena y ahí decía que todos los deudores teníamos que cambiar nuestro crédito en pesos por uno en UVRs, que dizque eso era orden del gobierno.  Y ahí estuvo uno de los engaños al pueblo colombiano…  El problema es que el UVR no es una constante sino una variable, o sea que varía día a día, aunque sea en uno o dos centavos.  Y en el momento de ir a pagar, esos centavos se te pueden estar convirtiendo en cinco o diez mil pesos, porque como no es sobre un solo UVR que tú tienes pactado el préstamo, sino sobre muchos UVR entonces ahí es que sube y se siente, se siente duro.  Y ahí es donde nos tienen aventados a todos…
YO:  (Inquisitiva)  Pero qué…  ¿Se colgó en las cuotas o qué?...
D.M.  (Como sumergiéndose en un pozo oscuro)  Claro…  Porque es que en el mismo año 2000 a mí me sacaron de la empresa donde estaba trabajando, por una de esas famosas “reestructuraciones” y ahí sí la cosa se me complicó.  Me tocó empezar a rebuscarme el trabajo…  Yo soy electricista con matrícula profesional…  Pero como ya tenía más de 30 años, en ningún lado me recibían.  Entonces me empecé a colgar con las cuotas porque además, yo había comenzado pagando 163 mil pesos mensuales y tres años después ya estaba pagando 300 mil.   Me quedaba muy difícil solucionar esa situación, porque ¿qué está primero:  el banco o los hijos?  Entonces el banco me inició proceso legal en el 2002.  Alcancé a pagar como nueve millones de pesos cumplidamente…
YO:  Me imagino que buscó asesoría legal, un abogado o algo…
D.M.  P’a lo que sirven los abogados…  Cuando el banco me inició el proceso hipotecario, bueno, pues…  uno se asusta ¿cierto?  Encontré una abogada, pero me cobraba dos millones de pesos en efectivo para iniciar el proceso…  ¡Si hubiera tenido los dos millones se los habría pagado al banco y no a ella!  Por ese lado no se pudo.  En realidad, en un comienzo no tuve ningún tipo de asesoría legal.  Después me contacté con ASUPAC, que es una organización de usuarios de los bancos;  allá me dieron un abogado que a la final no pudo hacer nada por mi proceso, porque ya estaba en vísperas del remate de mi casa.
YO:  Úpale…  ¿ O sea que le remataron su casa?
D.M.  (Mirando por encima de mi cabeza hacia un punto incierto)  A mí me llegó ya fue la orden de desalojo en marzo del 2006.  Por esos días yo había visto que el noticiero de “Noticias Uno” tenía una sección que se llama “¿Qué tal esto?”  Entonces yo llamé al noticiero y allá me comunicaron con el periodista Yesid Baquero y yo le conté a él que tenía una diligencia de desalojo en mi contra para el próximo viernes.  Yesid me dijo que él iba a ir, que cualquier cosa él me colaboraba.  Lo cierto fue que adelantaron esa diligencia para el jueves y la abogada dijo que “un día más, un día menos, qué importa…”  Ese día yo estaba trabajando y de pronto fue que me llamó una vecina:  “Don Marco, le están sacando todas las cosas de su casa”.  Yo me fui inmediatamente para allá, pero por los trancones siempre me demoré.  En ese momento yo ya me había resignado a perder mi casa y estaba dispuesto a entregarla el viernes, pero como adelantaron la diligencia todo como que fue cambiando. 
Me enteré de que mi señora…  Ahí es donde uno ve que a veces las que tienen los pantalones son las mujeres…  Pues mi señora después que ya habían empezado a sacar las cosas, ella aprovechó un momento de descuido y cerró la puerta de la casa, la trancó por dentro y se subió al segundo piso.  Y de la furia tan espantosa, esa mujer empezó a tratar mal a los funcionarios, a gritarles que por qué habían adelantado el desalojo…  Eso daba miedo…  Y ahí se armó la grande…  Los policías se subieron encima del tejado para meterse a la casa, para intimidarnos…  Cogieron la casa a golpes hasta que tumbaron la puerta…  A mi esposa la agredieron, mejor dicho, un policía con el bolillo la empujó…  Yo en ese momento pensé que estaban actuando dentro de la ley, porque en esa época yo no conocía nada de nuestros derechos…  Afortunadamente una vecina grabó en video todo eso.

(Qué indefensión la del ciudadano ante la “fuerza pública”, que verdaderamente usa y abusa de la fuerza cuando lo privado queda en entredicho, pensaba yo).

D.M.  Yo llamé a Yesid Baquero y le conté lo que estaba pasando.  Entonces él me dijo que llegaba con las cámaras del noticiero a las 4 en punto, porque no podía antes, pero que me iba a poner en contacto con unos amigos que podían colaborarme.  Más tarde llegaron tres señores que yo no los conocía; se presentaron, “que nos mandó Yesid Baquero a ver en qué le podemos colaborar”.  Esos tres señores son de una organización que se llama CUNDECON y son gente que se opone a ese tipo de diligencias, porque conocen la ley y saben exponer argumentos frente a los casos que son arbitrarios.  Ahí fue cuando comencé a enterarme de que los policías al irrumpir de esa manera a mi casa nos violaron el artículo 29 de la Constitución Política Nacional…  Nosotros no somos ni terroristas, ni paramilitares, ni guerrilleros, ni secuestradores…  que son las únicas formas en que la policía tiene la potestad para subirse y allanar una casa como sea…

Foto vía Flickr: http://www.flickr.com/photos/frostis/8647752297/

Yesid llegó a las cuatro en puntillas, con las cámaras de Noticias Uno, y apenas lo vieron no quedó nadie al frente de mi casa…  Por algo le tienen miedo a las cámaras…  Lo cierto es que cuando él llegó ya me habían desocupado la casa.  Entonces él me dijo:  “Llegué tarde…  ya no se puede hacer nada”.  Él se fue y yo me quedé con los señores de CUNDECON.  De pronto me dijo uno de los compañeros, y los llamo compañeros porque desde ese día son mis compañeros de lucha, el compañero me dijo:  “¿Usted tiene las güevas para volverse a meter a su casa?”… Yo me quedé callado…  Pues, en ese momento lo cogen a uno fuera de base…  Y él me repitió:  “Dígame de verdad…  ¿Sí tiene las güevas o no las tiene?”  Y yo le dije “Sí”.  A las seis de la tarde estábamos ingresando nuevamente a la casa.  En ese momento me di cuenta de que todas las cosas de mi casa las tenían guardadas mis vecinos, porque cuando había comenzado el desalojo, mis  vecinos de la cuadra que son gente buena, muy amables, muy solidarios…  Ellos no me dejaron nada en la calle.  Sacaban una silla y ellos “que no, venga yo la guardo en mi casa”; sacaban una butaca, una mesa, lo que fueran sacando de la casa, y el primer vecino que estuviera ahí se lo iba llevando para su casa.  Cuando volvimos a ingresar a mi casa, ahí fue que vi que todas mis cosas estaban en ocho casas diferentes.  Desde ese día yo tengo la posesión material del inmueble.  Ese día se terminó el proceso hipotecario del banco en contra mía, en el momento en que la inspectora cerró la puerta.  Y de ahí en adelante se inició otro proceso legal de lanzamiento por ocupación de hecho.  Y ya llevo otras cuatro diligencias de desalojo por esa causa.

A estas alturas ya había comprendido que Don Marco portaba ese inmarcesible maletín repleto de documentos, porque estaba bajo el yugo de un proceso legal.  Es uno de esos colombianos que cargan su vida con un adjetivo descriptivo al lado de todas sus mañanas y sus tardes y sus noches:  empapelado.
La historia de los créditos hipotecarios en Colombia está llena de personas como Don Marco.
Y es que darle crédito de vivienda a los pobres es un mal negocio dentro del capitalismo, porque exige mantener muy bajas las tasas de interés y aguantar deudas de largo plazo, que no generan ganancias significativas.  Por eso, en la mayoría de los países, es el Estado quien asume la tarea de prestarle plata a los descamisados para que compren sus casas.  En Colombia, también el Estado se hacía cargo de esa tarea, a través del Banco Central Hipotecario y el Instituto de Crédito Territorial.  Pero en 1972 se crearon las Corporaciones de Ahorro y Vivienda y con ellas el crédito dejó de ser un servicio para convertirse en un negocio.
Para volverle interesante el asunto a los banqueros, se creó un engendro conocido como UPAC –Unidad de Poder Adquisitivo Constante-, un sistema que, sin querer queriendo, eleva las tasas de interés y convierte los créditos de vivienda para los pobres en un negocio rentable para los dueños de los bancos.  La lógica del UPAC se basaba en consentir que un capital se pagara en cuotas mensuales, como cualquier crédito; pero a la vez, permitía que los intereses generados por ese crédito fueran pagándose también mensualmente.  Así que en la deuda global quedaban incluidos tanto el capital como los intereses, y con base en ese monto total se fijaban unas cuotas mensuales, cuyo valor dependía de la inflación.  Por eso, en las deudas con UPAC las cuotas mensuales iban subiendo progresivamente. 
En otras palabras, con el UPAC, a los deudores se les cobraba intereses por el capital y también intereses por los intereses, bajo el prurito de la tasa de inflación.  Cobrar intereses sobre intereses es un delito en Colombia y el UPAC se convirtió en el disfraz perfecto para volver legal esa práctica.
El genio que diseñó este esquema, el doctor Lauchlin Currie, advirtió desde un comienzo que este era un sistema de crédito destinado a gente relativamente adinerada, pues suponía que quien lo contratara tuviera una estabilidad laboral asegurada a 15 ó 20 años y que además sus ingresos se incrementaran en la misma proporción de la inflación, dos condiciones que no se cumplen para los estratos medios y pobres de Colombia.  Pero como el Estado colombiano ya no quería atender el chicharrón de la vivienda para los pobres, terminó trasladando a las Corporaciones financieras esta labor.  Sin embargo, los arrancados no sabían todo esto, por eso fueron mansamente a hacer fila en las corporaciones para contratar sus créditos.
Para completar la dicha, en 1990 se toman otra serie de medidas que profundizan el esquema y sientan las bases del colapso financiero que se vivió en Colombia terminando el siglo XX.  A finales de la década de los noventa, las tasas de interés llegan a unos niveles altísimos, por encima del 50%; sumado a esto, la economía registra una grave recesión.  En 1998 los bancos tenían deudas morosas por más de un billón de pesos; y en 1999 por más de 3 billones.  Técnicamente, las Corporaciones de Ahorro y Vivienda estaban quebradas.  Pero el Estado no desampara a sus banqueros.  Por eso, y haciendo gala de la chambona democracia que profesan, el gobierno, a través del Ministro de Hacienda y con la bendición del Fondo Monetario Internacional, le gira a las corporaciones la suma de 3.1 billones de pesos, que les regalaron en dos contados.  Estoy hablando en serio.  El gobierno le regaló ese dinero a los bancos para que no se quebraran por las deudas de la gente.  No le dio el dinero a los deudores que estaban colgados con sus pagos, se lo obsequió a las corporaciones para que el sistema permaneciera incólume.  Y como la inconformidad de los deudores subía y se desató una lucha social en torno a este tema, el Estado aflojó y desmontó el sistema UPAC, que de hecho ya había sido desbordado por la realidad, e introdujo un nuevo engendro, la llamada UVR –Unidad de Valor Real-.  Con el tiempo se demostró que la UVR venía siendo simplemente una versión más diplomática del UPAC, pero que en el fondo sus efectos eran similares.  Quedó demostrado también que la principal habilidad de nuestros gobernantes es la manipulación semántica.

Don Marco permanecía a mi lado, dispuesto a hablar, dispuesto a probar a través de los cientos de papeles que cargaba en su maleta.  Cuando terminó de contarme la historia de cómo se había convertido en ocupante de hecho de su propia casa, parecía exhausto, sólo de recordarlo.  Pensé que nuestra conversación estaba terminando, pero entonces sacó una de sus fotocopias.  Era una noticia del “Diario Deportivo”.  Se titulaba:  “Ni con ayuda presidencial” y en la fotografía que acompañaba la nota, aparecía Don Marco con cuatro de sus hijas, al frente de su casa.  ¿Ni con ayuda presidencial?  ¿Cómo así?  Ojeé algunos párrafos…

YO:  Cuénteme cómo fue eso de la conversada suya con el presidente Uribe, don Marco.
D.M.  Eso fue en septiembre del 2007, que hicieron un foro en Corferias que se llamaba “¿Para dónde va la vivienda en Colombia?”  Ahí se iba a hablar de todo el problema de la vivienda.  Pues le cuento que varios compañeros de CUNDECON nos hicimos presentes allí, especialmente para una charla que iba a dar el Presidente de la República.  Yo me hice en la tercera fila más o menos, y precisamente por ahí subió el señor Presidente  y yo le dije:  “Señor Presidente, ¿me permite intervenir un momento?”  Él me contestó, “Espere y en un momentico…”  Entonces comencé yo a ponerme un papelito con un signo de interrogación en el pecho y me paraba, me sentaba, me paraba y me volvía a sentar…  Hasta que ya el Presidente dijo “Allá el señor que lo veo para arriba y para abajo, démosle la palabra”.  Entonces comencé a hablar, a decir que la vivienda en Colombia va para dejar a todos los colombianos en la ruina.  Expuse mis argumentos y comenté mi caso personal.  El señor Presidente me escuchó y luego hizo lo que hace en todos los foros y en los consejos comunitarios, que es prometer, prometer y prometer.  Él cogió el teléfono y lo que vimos todos, incluidos los medios de comunicación, fue que llamó a Eulalia, la gerente del Banco Colmena, y le comentó mi caso.  Y, supuestamente, quedaron en que ella me iba a atender al día siguiente para ver cómo solucionábamos mi problema.

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Después ya intervinieron otros compañeros, todos inconformes por las diferentes situaciones, y ese foro prácticamente se les vino a pique.  Entonces el presidente al ver todo ese caos, dijo que necesitaba cinco representantes de los usuarios con problemas con los bancos y que se iba a reunir con ellos esa misma noche en el palacio presidencial.
Ya en la noche yo me fui con los compañeros para el Palacio de Nariño y a mí casi no me dejan entrar porque no estaba en la lista de los cinco, hasta que llegó una asesora del viceministro de vivienda y me reconoció, entonces le dijo a la guardia presidencial que me dejaran entrar.  En esa reunión estaba el Señor Presidente, María Mercedes Cuéllar, la presidente de Asobancaria, el presidente del Fondo Nacional del Ahorro, el Viceministro de Vivienda y más tarde llegó el director de la Superintendencia Financiera.  Ahí los compañeros y yo les presentamos toda la situación de la arbitrariedad de los créditos hipotecarios en Colombia.  Cada uno habló, se expusieron las situaciones, se discutió…  María Mercedes Cuéllar salió con que lo que nosotros queríamos era que ellos nos patrocinaran una cultura de no pago de los créditos, y yo le dije que los pobres somos los que más pagamos créditos en Colombia…  Se habló de todo…  Lo cierto es que al día siguiente yo fui al Banco Colmena y pasó lo que me suponía:  comenzaron a “ping-ponearme”, me mandaron primero a un delegado de la Doctora Eulalia, porque ella estaba muy ocupada; luego el delegado también se ocupó y entonces me mandaron a una abogada del banco…  Mejor dicho no se hizo nada…  Todo volvió a quedar como al principio…  Incluso una semana después vino a entrevistarme Felipe Arias de Noticias Uno, para la famosa sección de “¿Qué tal esto?”, y desde el mismo teléfono de mi casa llamamos al Presidente, porque queríamos que él pusiera la cara, pero no, nunca contestaron.  Entonces, logré hablar con el Presidente de la República y eso me sirvió para tres cosas:  para nada, para nada y para nada.
YO:  Me da la sensación de que ustedes los de CUNDECON son cosita seria…
D.M.  Bueno, es que a nosotros en este momento nos consideran un grupo de choque, según el comandante de la policía.  Él ha dicho incluso que nosotros somos “el cartel de los antidesalojos”, porque claro, nosotros hacemos oposición a esas diligencias y a veces las cosas se han puesto duras con la policía, como nos pasó con el caso del compañero Modesto Salcedo, que eso fue hasta noticia internacional…  Y también con Ciro Gutiérrez, el del famoso desalojo de la Ciudadela Colsubsidio en Bogotá…

Mientras los mencionaba, recordé esos nombres.  El caso de Modesto Salcedo mojó mucha tinta en 2008, porque frente a su casa se dio una batalla campal, cuando 30 efectivos antidisturbios  -que luego llegaron a 200 según dicen los vecinos-  intentaron entrar a la fuerza para desalojarlo a él y a su familia, ayudados por dos tanquetas y una grúa.  Los moradores respondieron con una lluvia de ladrillos y varillas desde la terraza.  Allí gritaban a voz en cuello que no iban a salir y que estaban dispuestos a dar la vida antes de entregarle su casa al banco.  La confrontación duró más de ocho horas y finalmente la fuerza pública tuvo que retirarse.  Al señor Salcedo lo quería desalojar el nuevo dueño de su casa, quien la había adquirido después de que el banco la rematara.  Salcedo había contraído un préstamo por 65 millones y al momento de la diligencia de desalojo había pagado 115, pero según las cuentas del banco, todavía debía 80 millones.  Como se había atrasado en sus cuotas mensuales, el banco había iniciado un proceso que terminó con el remate de su casa y luego con el operativo de desalojo en su contra.

Foto vía Flickr: http://www.flickr.com/photos/popicinio/8291828283/

El caso de Ciro Gutiérrez ocurrió en el 2006.  Este hombre había pedido un préstamo hipotecario por cinco millones de pesos y pagó cumplidamente durante ocho años, una cuota que en un comienzo era de 83 mil pesos y al final tenía un monto de 273 mil pesos.  En plata blanca, durante esos 8 años don Ciro había pagado un total 35 millones de pesos por los cinco que había pedido prestados.  Luego comenzó a atrasarse en sus cuotas y vino el consabido proceso judicial que culminó en remate y orden de desalojo del predio.   Para sacarlo de su casa se usó una fuerza desmedida, al punto que don Ciro y una familiar suya fueron incapacitados por ocho días en Medicina Legal, debido a los maltratos físicos recibidos por la fuerza pública durante el desalojo.  La sentencia del juez señalaba que todos los bienes sacados del apartamento debían arrojarse al parque La Rotonda, de Ciudadela Colsubsidio en Bogotá.  Acatando literalmente la orden del juez, don Ciro ocupó el lugar en donde quedaron sus enseres y permaneció allí por cuatro meses hasta que fue desalojado por la fuerza.  Su familia no resistió la presión acumulada y se desintegró.  Poco después, don Ciro tuvo un intento de suicidio.
Tanto Don Marco como el señor Modesto Salcedo y don Ciro Gutiérrez, forman parte de la Red CUNDECON  -Colombianos y Colombianas Unidos por Nuestros Derechos Constitucionales-, una organización que nació en el año 2003 para asesorar y acompañar a las víctimas del sistema financiero en Colombia y que hoy congrega a más de 200 afiliados.  Su lema es:  “No somos deudores…  Somos víctimas de los bancos y del sector financiero colombiano”.  Y tienen hasta su propio himno, una canción llamada “El verdugo de mi pueblo”, interpretada por Jorge Montenegro en ritmo llanero.  A diferencia de otras organizaciones similares, en ésta el alma y nervio no son los abogados ni los asesores financieros, sino los usuarios con dificultades.  Trabajan sobre una de las máximas que  más se invoca en las calles colombianas y que se expresa en forma de pacto:  hoy por ti, mañana por mí.  De esta forma, cada uno tiene el compromiso de hacerse presente dos veces por semana en diligencias de desalojo de sus compañeros.  Su mecanismo de trabajo es pues, la corresponsabilidad.  Están unidos bajo los principios constitucionales que consagran el derecho a una vivienda digna y a la igualdad, y buscan hacer efectiva una reforma a la ley de vivienda que rige actualmente en Colombia.

Otra vez pensé que mi conversación con don Marco estaba a punto de terminar, pero de repente entró Luis Fernando Acosta, el jefe de prensa de la Personería, un chico que parece un ángel porque siempre aparece en el momento oportuno para hacer algún milagro.  Esta vez no fue la excepción.  Atravesó la mesa infinita y como un torero que va a poner las banderillas, sacó una fotografía de entre los documentos que llevaba Don Marco, y me la puso al frente.  No podía creerlo.  Era una fotografía de la residencia de Don Marco, pero parecía más bien la imagen de un libro en forma de casa.  Toda la fachada está pintada con números y letras; repleta de leyendas, tanto en el primero como en el segundo piso.  Pero la foto es panorámica, y no alcanzo a leer la casa.  Luis Fernando me mira con cara de “Para que te des cuenta”, y yo no salgo de mi sorpresa.  Él se retira.  Don Marco me mira como a la expectativa, no sabe si estoy asombrada por su creatividad o asustada de su locura.  Le pregunto…

YO:  ¿Qué es esto, Don Marco?  ¿Por qué hizo esto?
D.M.  (Sonriendo, como quien confiesa una travesura).  Pues con todos estos problemas que he tenido con los bancos, a uno lo obligan a conocer y a entender la Constitución Política Nacional.  Yo cargo con ella, mírela  (dice, mientras la saca de su inagotable maletín).  Principalmente uno tiene que tener presentes el Artículo 51, derecho a una vivienda digna, y el Artículo 44, los derechos del niño, que prevalecen sobre todos los demás.  Entonces ¿qué pasa?  Mucha gente no conoce la Constitución, ni las sentencias de la corte que favorecen a los usuarios de los bancos, ni conocen el Código de Policía, ni nada de esto.  Muchos compañeros tienen todas esas leyes fotocopiadas y pegadas en las ventanas, para que las miren los funcionarios cuando vayan a hacer las diligencias.  Pero el problema es que en mi casa los vidrios son martillados, entonces no podía poner esas fotocopias ahí.  Y también pensé que un papel tamaño oficio no le llama la atención a nadie.  Entonces, ¿qué se me ocurrió?...  No, pues pintar todo eso en la pared…  Hice el molde en cartulina y luego en un fin de semana lo transcribí todo a la pared, a la fachada, mire…  Entonces ahí en la fachada del piso de arriba tengo algunos artículos de la Constitución…  También tengo resaltadas la ley 546, la ley 955, la ley de vivienda parágrafo cinco…  También pinté algunos artículos del Código de Policía…  y en la planta de abajo tengo pintado todo el Código de Infancia y Adolescencia…  A mi señora no le gustó ni poquito la idea, pero ya después se acostumbró.  Como la gente ve toda esa cantidad de números pintados en la fachada, a mi casa la llaman “La casa del chance” o “la casa de los números”…  Yo tengo ahí todo eso para que los funcionarios que llegan a hacer las diligencias de desalojo miren toda la cantidad de leyes que pueden estar violando…  Y también para que la comunidad conozca esas leyes y no se dejen meter los dedos en la boca tan fácil…

“La casa de los números”…  “La casa del chance”…  Resuenan en mi cabeza esos nombres y por primera vez esa tarde recuerdo que las casas son más que construcciones costosas en Colombia, más que objetos de pleito.  También son libros, también son un punto de referencia para pertenecer al mundo, también son el escenario de la vida para una familia…

YO:  ¿Y su familia, don Marco?...  Cuénteme de su familia…
D.M.  Tengo cuatro hijas.  La mayor ya no vive con nosotros, pero tuvo dos niños y ellos sí viven en la casa.  Las que viven conmigo son una hija de 13 años, otra de 10 y la pequeña de 6.  Y mis dos nietos, la niña mayor tiene 5 años y el niño 3…  Yo no tengo muchos medios económicos, pero siempre he dicho que donde comen tres, comen cinco…  Una librita de arroz se puede repartir entre cinco, no importa. 
Mi esposa ahora está de empleada, trabaja con productos naturales y gana el mínimo.  Afortunadamente no me ha pasado lo que a otros compañeros, que se les desbarata el matrimonio.  Mi señora y yo seguimos como pareja…  pero sí existe un encontrón permanente entre ella y yo por el asunto económico…  Para mi esposa ha sido demasiado tensionante todo esto.  Ha cambiado muchísimo.  Se ha vuelto más intolerante.  Ella dice que ya no se aguanta una diligencia más de desalojo…  Me reclama porque no consigo un puesto fijo…  ¿pero cómo voy a conseguir un puesto fijo, sabiendo que a cada rato me toca hacer todas las vueltas del proceso, trámites jurídicos, todo eso?…  Mi esposa está muy aburrida…  No sé si será bueno o malo, pero ella se metió a eso del cristianismo y en la última diligencia ella estaba orando; decía que no iba a levantar un solo dedo para nada en esa situación.  Sin embargo, cuando ya vio que la inspectora dijo “procedan”, ya cambió por completo y comenzó a actuar.  Se puso a la defensiva…
Después de la primera diligencia, si mis hijas estaban en la calle y veían un policía por ahí, inmediatamente corrían para la casa, cerraban la puerta, echaban pasadores y se metían en el patio o se subían a las habitaciones para esconderse debajo de las camas.  

Foto vía Flickr: http://www.flickr.com/photos/jpazkual/4527178839/

Con el tiempo, ellas han ido comprendiendo.  En la última diligencia que nos hicieron, mi niña la de trece años, estuvo gritándoles a los medios y a toda esa gente que estaba ahí, que “la vivienda digna es un derecho para los niños”.  Ahí fue cuando me di cuenta de que todo lo que he peleado no ha sido en vano, la niña ya entiende. 
YO:  Una diligencia de esas debe ser de lo más tensionante para la familia…
D.M.  Claro que sí…  Cuando uno está dentro de una diligencia, el mayor miedo es que lo vayan a golpear a uno.  Si uno está afuera de la casa, lo más importante es tratar de estar un poquito alejado de los policías, poder cogerles el número a los agentes que estén ahí, tener alguna cámara para grabar todo lo que vaya sucediendo…  Toca estar todo el tiempo a la defensiva.  Si uno está adentro de la casa, a uno le toca estar equipado de agua, de piedras, de palos, de varillas…  o sea de esos medios que uno tiene a la mano en una casa normal…  Le toca a uno tener ahí esas cosas listas, por si sí o por si no.  Hasta el momento, en mi caso afortunadamente, ha sido porque no. 
El día anterior a una diligencia uno no puede dormir bien, le dan a uno las doce, la una de la mañana por ahí despierto, pensando…  Duerme uno por ahí tres horas, porque al otro día toca estar listo para cualquier cosa.  En esos momentos a uno le da mucho mal genio, tensión, nerviosismo, dolor en el cuello, mucha tensión…  Las relaciones en la familia cambian muchísimo.  Todo el mundo está nervioso y si al uno le dicen “feo”, el otro le contesta “más feo es usted” y comienza el conflicto.  Uno se pone intolerante con los niños, que no hagan, que no digan, que no se muevan, que no salgan, que no sé qué…  La paz de nuestro hogar se ha visto muy afectada.  Cuando se calman las cosas, vuelve la paz.  Pero apenas llega el primer volante, o la primera notificación o cualquier cosa, inmediatamente vuelve la tensión a la casa y comienzan los choques…
Para la diligencia que me hicieron en marzo del año pasado, unos días antes me llegó una boletica por debajo de la puerta.  Era un anónimo.  Me decían que no me pusiera a pelear contra el banco, que me saliera por las buenas porque yo tenía cola.  Cola son mis hijas.  Yo le pasé esa boletica a mi señora y ella de la furia la volvió pedacitos y la botó a la basura…  Eso estuvo mal porque también era una prueba del acoso que me estaban haciendo…  A muchos otros compañeros también les han llegado boleticas parecidas…
El miedo más grande que a mí me da  es que de pronto en la diligencia vengan también a quitarle los hijos a uno…  hasta ahora a mí no me ha tocado eso, pero sí es un temor que está ahí porque a otros compañeros se lo han hecho…

Don Marco me parece ahora más frágil.  Ya no se asemeja a Mandrake, sino a cualquier colombiano bueno que sueña con unas condiciones mínimas de estabilidad para su familia.  Un hombre atrapado, como tantos colombianos, en la letra menuda de los bancos.  Lo más perverso de los créditos hipotecarios es el hecho de que legalmente se violan muchos derechos; y voluntariamente los usuarios se ponen en desventaja. 

YO:  ¿Ha aprendido algo de toda esta situación?
D.M.  Pues ya ve que sí.  Toda esta lucha me ha enseñado muchas cosas.  Sobre todo me ha enseñado a entender dónde están las violaciones legales que hay en estos procesos.  Con esto he aprendido que no solamente para los bancos, sino para muchas cosas, hay leyes a las que uno puede acudir.  Lo que pasa es que muchos colombianos no saben interpretarlas, pero ahí están y uno puede ampararse en ellas.  Yo leo las leyes, las analizo, las interpreto, y si no, le pregunto a los abogados y así aprendo.  Ya he ido conociendo tanto de esto, que también les he dado asesorías a los vecinos en problemas de vivienda, de servicios públicos; les digo por dónde podemos irnos legalmente para pelear contra el Estado.  He aprendido que se puede luchar, mientras uno tenga la razón y no esté atropellando a nadie.  Uno tiene el derecho a la defensa y también el derecho a la acusación.  Inicialmente lo mío era defiéndame y defiéndame, pero me dijeron “un momentico…  Acuérdese que si usted se defiende y sólo se defiende, los enemigos lo van a seguir atropellando…  No se defienda solamente, ¡ataque!”…  La mejor defensa es el ataque, dicen por ahí.  Entonces también aprendí a demandar a los que me han demandado a mí, y todo por ese estilo.
YO:  Y, con toda esa experiencia encima, ¿qué le aconsejaría usted a una persona que quiera contratar un crédito hipotecario con un banco?

Foto vía Flickr: http://www.flickr.com/photos/ludmila_tavares/2414435704/

D.M.  Que no lo haga.  Que mejor ahorre.  Es que en realidad, el engaño más grave que hacen los bancos es, sobre todo, la falsa publicidad.  Uno ve vallas en donde dice “Compre su casa por solo 150 mil pesos de cuotas mensuales”.  ¡Mentira!  Ése es solamente el gancho, porque no le están diciendo al usuario que por debajo de cuerdas también le van a ajustar la tasa de interés, el IPC; no le dicen a la gente que va a haber un incremento anual si es en pesos, porque si es en UVRs va a ser peor.  La otra parte del engaño va en la letra menuda que está en esos formatos que a uno le hacen firmar al momento de hacer un crédito.  Ponen un montón de condiciones y de reglas que no se entienden hasta que uno no está metido en el problema.  Toda persona que quiera hacer un crédito hipotecario tiene que estar encima de eso, mirando todo, preguntando todo, vigilando todo.  Y cualquier cosita que vea extraña, así sean 50 centavos que le estén cobrando de más, inmediatamente pedirle explicaciones al banco, y no verbalmente sino por escrito.  Porque en Colombia todo lo que no sea por escrito, no vale nada.  Entonces toca estar encima de eso, no perderle pie ni pisada a lo que haga el banco con el crédito de uno.

Apago mi grabadora y veo que don Marco se siente aliviado.  Me habla entonces de lo furiosa que su mujer está con él, con la vida.  Él no quiere que el matrimonio se deteriore, pero las cosas se complican cada vez más.  Me cuenta de las luchas de CUNDECON en Cali, en donde se ha ido implantando la consigna:  “Casa desalojada, casa tumbada”.  Lo miro y veo en él más tenacidad que esperanza.  Me extiende la mano y nos despedimos con una sensación de estar escribiendo unos puntos suspensivos.  Lo veo alejarse por esas calles de Soacha, repletas de casitas que se aferran rabiosamente a las montañas.
No hay en Colombia aún un sistema de crédito de vivienda que incline la balanza hacia los sectores más pobres del país.  Hoy día los créditos hipotecarios muestran una cara un poco más amable.  Sin embargo, hay mucha gente que todavía soporta los efectos de la crisis de los años noventa, y otros tantos que siguen endeudándose sin tomar demasiado en cuenta la letra menuda de los bancos.  Si bien los deudores de vivienda en la actualidad ascienden a un 6% solamente, con la situación de desempleo creciente y la perspectiva de una economía con tendencia recesiva, no resulta muy optimista el panorama hacia el futuro inmediato.  En una óptica realista, se puede esperar que ese 6% de morosos aumente en los próximos años. 

Carolina, mi brillante compañera de exploraciones soachunas, ha permanecido en silencio tomando apuntes, y ahora me mira con sus grandes ojos y un gesto de desilusión en la mirada.  Me atormenta ver escepticismo en una chica de 20 años.  “Qué mierda de país”, me dice ella.  “Qué mierda de país”, le respondo yo.