Por: Edith Sánchez
La
mierda y su manejo, aunque muchos no lo crean, constituye una realidad determinante
en la evolución humana. No en vano el Psicoanálisis
señala que en la fase anal del desarrollo se modelan, entre otros, el sentido
del orden y, cosa curiosa, la relación con el dinero. La forma en que un niño interactúa con sus
heces y su orina en aquella etapa, y la guía de los adultos en ello, deja en el
alma de la gente una posibilidad de dar o de no hacerlo. De ahí, su adhesión mezquina o su
desprendimiento del dinero. Tacañería y
estreñimiento, diarrea y despilfarro… El
dinero y el popó equivalen a lo mismo en el inconsciente humano. En este orden de ideas, los banqueros
vendrían a ser algo así como el intestino de una sociedad. En el caso de Colombia, un tumor en el colon,
porque, evidentemente, en más de una ocasión se han cagado en la ley.
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Mis
reflexiones alrededor de la mierda y su razonable administración comenzaron esa
tarde de septiembre cuando conocí a don Marco Aurelio Linares. En realidad, el encuentro con este hombre
resultó imprevisto. Esperaba a otra
persona mientras luchaba contra el calor invasivo de las tres de la tarde, en
la sala de juntas de la Personería de Soacha, conversando con Carolina, mi
brillante compañera de exploraciones soachunas.
Atrapadas entre una mesa infinita, seis sillas vacías y una fotografía
impasible de la plaza del municipio, lo vimos aparecer con su fardo
personal: un hiperbólico maletín repleto
de documentos. Don Marco se abrió paso
por entre la nada, moviéndose rápida y nerviosamente como si eludiera a una
multitud. Se sentó a mi lado y extendió
su cartapacio horizontalmente. Luego se
quitó el reloj y lo puso sobre la mesa, como diciéndole al tiempo “tú te quedas
donde yo te lo ordene”. Es un hombre
alto, menudo, con facciones finas y un extraño parecido a Mandrake. En realidad es un Mandrake rehabilitado del
cómic, salido de su trasescena y dispuesto a revelar los trucos de la historia. Tiene los ojos verdes y un gesto sin gesto,
algo así como una seguridad tensa. Ni
siquiera se presenta. Comienza a hablar
de manera atropellada, con la fluidez desaforada de quien se siente repleto de
argumentos y, a la vez, incomprendido.
DON MARCO:
¿Para dónde va la vivienda en Colombia?
Para dejar a todos los colombianos en la ruina. ¿Por qué?
(Mmmm… la cosa no pinta bien… él
mismo se está haciendo la entrevista…)
Es que la forma en que nos está azotando el sistema financiero, pues es
muy fregado para cualquier colombiano que se gane un mínimo… (Para que le hagan un préstamo de vivienda a
una persona, ¿qué le toca?... Ser
mentiroso…
YO:
(intentando tomar la dirección de la conversación): Bueno, pero vamos por partes. ¿Cuál es su nombre?
DON MARCO:
Marco Aurelio Linares (me
contesta, y yo me siento como una profesora de primaria llamando a lista).
YO:
Y veo que su problema es con un crédito de vivienda…
D.M.:
Correcto. Es que vea, ¿qué pasa? Que el sistema financiero es injusto. ¿Por qué?
Porque… (otra vez comenzó a
entrevistarse él mismo. Me apresuro para
salirle al paso).
YO:
Don Marco, yo quisiera saber cómo llegó usted a todas esas
conclusiones. Mejor dicho, cuénteme su
historia, qué fue lo que le ocurrió con los bancos.
(Silencio. Di en el blanco. La entrevista es mía).
D.M.
Pues mire, yo comencé como cualquier colombiano, inocente de cómo el
banco le hace a uno las jugadas. Eso fue
en el año 98. Yo hice un préstamo para
vivienda en COLMENA por 11 millones y pico…
YO:
Quería comprar su casa con ese dinero…
D.M.
Sí. No… Bueno, mi idea era comprar la casa con esa
plata, con otra plata que tenía ahorrada y con el subsidio que a uno le dan,
porque la casa me costaba 19 millones en total.
La compré aquí en Soacha, en San Mateo.
En esos tiempos yo trabajaba en Coca-Cola y ganaba bien, casi tres
salarios mínimos de esa época, por eso no le vi problema a hacerme a esa deuda.
YO:
¿Y qué pasó?
D.M.
El crédito estaba pactado a 15 años, o sea 180 meses. El asunto es que a medida que yo iba pagando,
en el recibo no me iban disminuyendo el número de cuotas; al contrario: aumentaban.
Y estando al día en los pagos, llegué a tener mi préstamo con saldo a
260 meses, que eso equivale a 18 años.
YO:
¿Cómo así? ¿Por qué pasaba eso?
D.M.
Yo preguntaba en el banco, pero no me decían nada en concreto. Daban a entender que era un error de
digitación… En un momento dado, el
número de meses bajó, pero luego volvió y subió.
Pero
el problema más grave para mí comenzó en el año 2000, cuando nos mandaron un comunicado
del Banco Colmena y ahí decía que todos los deudores teníamos que cambiar
nuestro crédito en pesos por uno en UVRs, que dizque eso era orden del gobierno. Y ahí estuvo uno de los engaños al pueblo
colombiano… El problema es que el UVR no
es una constante sino una variable, o sea que varía día a día, aunque sea en
uno o dos centavos. Y en el momento de
ir a pagar, esos centavos se te pueden estar convirtiendo en cinco o diez mil
pesos, porque como no es sobre un solo UVR que tú tienes pactado el préstamo,
sino sobre muchos UVR entonces ahí es que sube y se siente, se siente
duro. Y ahí es donde nos tienen
aventados a todos…
YO:
(Inquisitiva) Pero qué… ¿Se colgó en las cuotas o qué?...
D.M.
(Como sumergiéndose en un pozo oscuro)
Claro… Porque es que en el mismo
año 2000 a mí me sacaron de la empresa donde estaba trabajando, por una de esas
famosas “reestructuraciones” y ahí sí la cosa se me complicó. Me tocó empezar a rebuscarme el trabajo… Yo soy electricista con matrícula
profesional… Pero como ya tenía más de
30 años, en ningún lado me recibían.
Entonces me empecé a colgar con las cuotas porque además, yo había
comenzado pagando 163 mil pesos mensuales y tres años después ya estaba pagando
300 mil. Me quedaba muy difícil
solucionar esa situación, porque ¿qué está primero: el banco o los hijos? Entonces el banco me inició proceso legal en
el 2002. Alcancé a pagar como nueve
millones de pesos cumplidamente…
YO:
Me imagino que buscó asesoría legal, un abogado o algo…
D.M.
P’a lo que sirven los abogados…
Cuando el banco me inició el proceso hipotecario, bueno, pues… uno se asusta ¿cierto? Encontré una abogada, pero me cobraba dos
millones de pesos en efectivo para iniciar el proceso… ¡Si hubiera tenido los dos millones se los
habría pagado al banco y no a ella! Por
ese lado no se pudo. En realidad, en un
comienzo no tuve ningún tipo de asesoría legal.
Después me contacté con ASUPAC, que es una organización de usuarios de
los bancos; allá me dieron un abogado
que a la final no pudo hacer nada por mi proceso, porque ya estaba en vísperas
del remate de mi casa.
YO:
Úpale… ¿ O sea que le remataron
su casa?
D.M.
(Mirando por encima de mi cabeza hacia un punto incierto) A mí me llegó ya fue la orden de desalojo en
marzo del 2006. Por esos días yo había
visto que el noticiero de “Noticias Uno” tenía una sección que se llama “¿Qué
tal esto?” Entonces yo llamé al noticiero
y allá me comunicaron con el periodista Yesid Baquero y yo le conté a él que
tenía una diligencia de desalojo en mi contra para el próximo viernes. Yesid me dijo que él iba a ir, que cualquier
cosa él me colaboraba. Lo cierto fue que
adelantaron esa diligencia para el jueves y la abogada dijo que “un día más, un
día menos, qué importa…” Ese día yo estaba
trabajando y de pronto fue que me llamó una vecina: “Don Marco, le están sacando todas las cosas
de su casa”. Yo me fui inmediatamente
para allá, pero por los trancones siempre me demoré. En ese momento yo ya me había resignado a
perder mi casa y estaba dispuesto a entregarla el viernes, pero como
adelantaron la diligencia todo como que fue cambiando.
Me
enteré de que mi señora… Ahí es donde uno
ve que a veces las que tienen los pantalones son las mujeres… Pues mi señora después que ya habían empezado
a sacar las cosas, ella aprovechó un momento de descuido y cerró la puerta de
la casa, la trancó por dentro y se subió al segundo piso. Y de la furia tan espantosa, esa mujer empezó
a tratar mal a los funcionarios, a gritarles que por qué habían adelantado el desalojo… Eso daba miedo… Y ahí se armó la grande… Los policías se subieron encima del tejado
para meterse a la casa, para intimidarnos…
Cogieron la casa a golpes hasta que tumbaron la puerta… A mi esposa la agredieron, mejor dicho, un
policía con el bolillo la empujó… Yo en
ese momento pensé que estaban actuando dentro de la ley, porque en esa época yo
no conocía nada de nuestros derechos…
Afortunadamente una vecina grabó en video todo eso.
(Qué
indefensión la del ciudadano ante la “fuerza pública”, que verdaderamente usa y
abusa de la fuerza cuando lo privado queda en entredicho, pensaba yo).
D.M.
Yo llamé a Yesid Baquero y le conté lo que estaba pasando. Entonces él me dijo que llegaba con las
cámaras del noticiero a las 4 en punto, porque no podía antes, pero que me iba
a poner en contacto con unos amigos que podían colaborarme. Más tarde llegaron tres señores que yo no los
conocía; se presentaron, “que nos mandó Yesid Baquero a ver en qué le podemos
colaborar”. Esos tres señores son de una
organización que se llama CUNDECON y son gente que se opone a ese tipo de
diligencias, porque conocen la ley y saben exponer argumentos frente a los
casos que son arbitrarios. Ahí fue
cuando comencé a enterarme de que los policías al irrumpir de esa manera a mi
casa nos violaron el artículo 29 de la Constitución Política Nacional… Nosotros no somos ni terroristas, ni
paramilitares, ni guerrilleros, ni secuestradores… que son las únicas formas en que la policía
tiene la potestad para subirse y allanar una casa como sea…
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Yesid
llegó a las cuatro en puntillas, con las cámaras de Noticias Uno, y apenas lo
vieron no quedó nadie al frente de mi casa…
Por algo le tienen miedo a las cámaras…
Lo cierto es que cuando él llegó ya me habían desocupado la casa. Entonces él me dijo: “Llegué tarde… ya no se puede hacer nada”. Él se fue y yo me quedé con los señores de
CUNDECON. De pronto me dijo uno de los
compañeros, y los llamo compañeros porque desde ese día son mis compañeros de
lucha, el compañero me dijo: “¿Usted
tiene las güevas para volverse a meter a su casa?”… Yo me quedé callado… Pues, en ese momento lo cogen a uno fuera de
base… Y él me repitió: “Dígame de verdad… ¿Sí tiene las güevas o no las tiene?” Y yo le dije “Sí”. A las seis de la tarde estábamos ingresando
nuevamente a la casa. En ese momento me
di cuenta de que todas las cosas de mi casa las tenían guardadas mis vecinos,
porque cuando había comenzado el desalojo, mis
vecinos de la cuadra que son gente buena, muy amables, muy
solidarios… Ellos no me dejaron nada en
la calle. Sacaban una silla y ellos “que
no, venga yo la guardo en mi casa”; sacaban una butaca, una mesa, lo que fueran
sacando de la casa, y el primer vecino que estuviera ahí se lo iba llevando
para su casa. Cuando volvimos a ingresar
a mi casa, ahí fue que vi que todas mis cosas estaban en ocho casas diferentes. Desde ese día yo tengo la posesión material
del inmueble. Ese día se terminó el
proceso hipotecario del banco en contra mía, en el momento en que la inspectora
cerró la puerta. Y de ahí en adelante se
inició otro proceso legal de lanzamiento por ocupación de hecho. Y ya llevo otras cuatro diligencias de
desalojo por esa causa.
A
estas alturas ya había comprendido que Don Marco portaba ese inmarcesible maletín
repleto de documentos, porque estaba bajo el yugo de un proceso legal. Es uno de esos colombianos que cargan su vida
con un adjetivo descriptivo al lado de todas sus mañanas y sus tardes y sus
noches: empapelado.
La
historia de los créditos hipotecarios en Colombia está llena de personas como
Don Marco.
Y
es que darle crédito de vivienda a los pobres es un mal negocio dentro del
capitalismo, porque exige mantener muy bajas las tasas de interés y aguantar
deudas de largo plazo, que no generan ganancias significativas. Por eso, en la mayoría de los países, es el
Estado quien asume la tarea de prestarle plata a los descamisados para que
compren sus casas. En Colombia, también
el Estado se hacía cargo de esa tarea, a través del Banco Central Hipotecario y
el Instituto de Crédito Territorial.
Pero en 1972 se crearon las Corporaciones de Ahorro y Vivienda y con
ellas el crédito dejó de ser un servicio para convertirse en un negocio.
Para
volverle interesante el asunto a los banqueros, se creó un engendro conocido
como UPAC –Unidad de Poder Adquisitivo Constante-, un sistema que, sin querer
queriendo, eleva las tasas de interés y convierte los créditos de vivienda para
los pobres en un negocio rentable para los dueños de los bancos. La lógica del UPAC se basaba en consentir que
un capital se pagara en cuotas mensuales, como cualquier crédito; pero a la
vez, permitía que los intereses generados por ese crédito fueran pagándose
también mensualmente. Así que en la
deuda global quedaban incluidos tanto el capital como los intereses, y con base
en ese monto total se fijaban unas cuotas mensuales, cuyo valor dependía de la
inflación. Por eso, en las deudas con
UPAC las cuotas mensuales iban subiendo progresivamente.
En
otras palabras, con el UPAC, a los deudores se les cobraba intereses por el
capital y también intereses por los intereses, bajo el prurito de la tasa de
inflación. Cobrar intereses sobre
intereses es un delito en Colombia y el UPAC se convirtió en el disfraz perfecto
para volver legal esa práctica.
El
genio que diseñó este esquema, el doctor Lauchlin Currie, advirtió desde un comienzo
que este era un sistema de crédito destinado a gente relativamente adinerada,
pues suponía que quien lo contratara tuviera una estabilidad laboral asegurada
a 15 ó 20 años y que además sus ingresos se incrementaran en la misma
proporción de la inflación, dos condiciones que no se cumplen para los estratos
medios y pobres de Colombia. Pero como
el Estado colombiano ya no quería atender el chicharrón de la vivienda para los
pobres, terminó trasladando a las Corporaciones financieras esta labor. Sin embargo, los arrancados no sabían todo
esto, por eso fueron mansamente a hacer fila en las corporaciones para
contratar sus créditos.
Para
completar la dicha, en 1990 se toman otra serie de medidas que profundizan el
esquema y sientan las bases del colapso financiero que se vivió en Colombia
terminando el siglo XX. A finales de la
década de los noventa, las tasas de interés llegan a unos niveles altísimos,
por encima del 50%; sumado a esto, la economía registra una grave recesión. En 1998 los bancos tenían deudas morosas por
más de un billón de pesos; y en 1999 por más de 3 billones. Técnicamente, las Corporaciones de Ahorro y
Vivienda estaban quebradas. Pero el
Estado no desampara a sus banqueros. Por
eso, y haciendo gala de la chambona democracia que profesan, el gobierno, a
través del Ministro de Hacienda y con la bendición del Fondo Monetario
Internacional, le gira a las corporaciones la suma de 3.1 billones de pesos,
que les regalaron en dos contados. Estoy
hablando en serio. El gobierno le regaló
ese dinero a los bancos para que no se quebraran por las deudas de la gente. No le dio el dinero a los deudores que
estaban colgados con sus pagos, se lo obsequió a las corporaciones para que el
sistema permaneciera incólume. Y como la
inconformidad de los deudores subía y se desató una lucha social en torno a
este tema, el Estado aflojó y desmontó el sistema UPAC, que de hecho ya había
sido desbordado por la realidad, e introdujo un nuevo engendro, la llamada UVR
–Unidad de Valor Real-. Con el tiempo se
demostró que la UVR venía siendo simplemente una versión más diplomática del
UPAC, pero que en el fondo sus efectos eran similares. Quedó demostrado también que la principal habilidad
de nuestros gobernantes es la manipulación semántica.
Don
Marco permanecía a mi lado, dispuesto a hablar, dispuesto a probar a través de
los cientos de papeles que cargaba en su maleta. Cuando terminó de contarme la historia de
cómo se había convertido en ocupante de hecho de su propia casa, parecía
exhausto, sólo de recordarlo. Pensé que
nuestra conversación estaba terminando, pero entonces sacó una de sus
fotocopias. Era una noticia del “Diario
Deportivo”. Se titulaba: “Ni con ayuda presidencial” y en la
fotografía que acompañaba la nota, aparecía Don Marco con cuatro de sus hijas,
al frente de su casa. ¿Ni con ayuda
presidencial? ¿Cómo así? Ojeé algunos párrafos…
YO:
Cuénteme cómo fue eso de la conversada suya con el presidente Uribe, don
Marco.
D.M.
Eso fue en septiembre del 2007, que hicieron un foro en Corferias que se
llamaba “¿Para dónde va la vivienda en Colombia?” Ahí se iba a hablar de todo el problema de la
vivienda. Pues le cuento que varios
compañeros de CUNDECON nos hicimos presentes allí, especialmente para una
charla que iba a dar el Presidente de la República. Yo me hice en la tercera fila más o menos, y
precisamente por ahí subió el señor Presidente
y yo le dije: “Señor Presidente,
¿me permite intervenir un momento?” Él
me contestó, “Espere y en un momentico…”
Entonces comencé yo a ponerme un papelito con un signo de interrogación
en el pecho y me paraba, me sentaba, me paraba y me volvía a sentar… Hasta que ya el Presidente dijo “Allá el
señor que lo veo para arriba y para abajo, démosle la palabra”. Entonces comencé a hablar, a decir que la
vivienda en Colombia va para dejar a todos los colombianos en la ruina. Expuse mis argumentos y comenté mi caso
personal. El señor Presidente me escuchó
y luego hizo lo que hace en todos los foros y en los consejos comunitarios, que
es prometer, prometer y prometer. Él
cogió el teléfono y lo que vimos todos, incluidos los medios de comunicación,
fue que llamó a Eulalia, la gerente del Banco Colmena, y le comentó mi
caso. Y, supuestamente, quedaron en que
ella me iba a atender al día siguiente para ver cómo solucionábamos mi
problema.
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Después
ya intervinieron otros compañeros, todos inconformes por las diferentes situaciones,
y ese foro prácticamente se les vino a pique.
Entonces el presidente al ver todo ese caos, dijo que necesitaba cinco
representantes de los usuarios con problemas con los bancos y que se iba a
reunir con ellos esa misma noche en el palacio presidencial.
Ya
en la noche yo me fui con los compañeros para el Palacio de Nariño y a mí casi
no me dejan entrar porque no estaba en la lista de los cinco, hasta que llegó
una asesora del viceministro de vivienda y me reconoció, entonces le dijo a la
guardia presidencial que me dejaran entrar.
En esa reunión estaba el Señor Presidente, María Mercedes Cuéllar, la
presidente de Asobancaria, el presidente del Fondo Nacional del Ahorro, el
Viceministro de Vivienda y más tarde llegó el director de la Superintendencia
Financiera. Ahí los compañeros y yo les
presentamos toda la situación de la arbitrariedad de los créditos hipotecarios
en Colombia. Cada uno habló, se
expusieron las situaciones, se discutió…
María Mercedes Cuéllar salió con que lo que nosotros queríamos era que
ellos nos patrocinaran una cultura de no pago de los créditos, y yo le dije que
los pobres somos los que más pagamos créditos en Colombia… Se habló de todo… Lo cierto es que al día siguiente yo fui al
Banco Colmena y pasó lo que me suponía:
comenzaron a “ping-ponearme”, me mandaron primero a un delegado de la
Doctora Eulalia, porque ella estaba muy ocupada; luego el delegado también se
ocupó y entonces me mandaron a una abogada del banco… Mejor dicho no se hizo nada… Todo volvió a quedar como al principio… Incluso una semana después vino a entrevistarme
Felipe Arias de Noticias Uno, para la famosa sección de “¿Qué tal esto?”, y
desde el mismo teléfono de mi casa llamamos al Presidente, porque queríamos que
él pusiera la cara, pero no, nunca contestaron.
Entonces, logré hablar con el Presidente de la República y eso me sirvió
para tres cosas: para nada, para nada y
para nada.
YO:
Me da la sensación de que ustedes los de CUNDECON son cosita seria…
D.M.
Bueno, es que a nosotros en este momento nos consideran un grupo de
choque, según el comandante de la policía.
Él ha dicho incluso que nosotros somos “el cartel de los antidesalojos”,
porque claro, nosotros hacemos oposición a esas diligencias y a veces las cosas
se han puesto duras con la policía, como nos pasó con el caso del compañero
Modesto Salcedo, que eso fue hasta noticia internacional… Y también con Ciro Gutiérrez, el del famoso
desalojo de la Ciudadela Colsubsidio en Bogotá…
Mientras
los mencionaba, recordé esos nombres. El
caso de Modesto Salcedo mojó mucha tinta en 2008, porque frente a su casa se
dio una batalla campal, cuando 30 efectivos antidisturbios -que luego llegaron a 200 según dicen los
vecinos- intentaron entrar a la fuerza
para desalojarlo a él y a su familia, ayudados por dos tanquetas y una grúa. Los moradores respondieron con una lluvia de
ladrillos y varillas desde la terraza.
Allí gritaban a voz en cuello que no iban a salir y que estaban
dispuestos a dar la vida antes de entregarle su casa al banco. La confrontación duró más de ocho horas y
finalmente la fuerza pública tuvo que retirarse. Al señor Salcedo lo quería desalojar el nuevo
dueño de su casa, quien la había adquirido después de que el banco la
rematara. Salcedo había contraído un
préstamo por 65 millones y al momento de la diligencia de desalojo había pagado
115, pero según las cuentas del banco, todavía debía 80 millones. Como se había atrasado en sus cuotas
mensuales, el banco había iniciado un proceso que terminó con el remate de su
casa y luego con el operativo de desalojo en su contra.
Foto vía Flickr: http://www.flickr.com/photos/popicinio/8291828283/ |
El
caso de Ciro Gutiérrez ocurrió en el 2006.
Este hombre había pedido un préstamo hipotecario por cinco millones de
pesos y pagó cumplidamente durante ocho años, una cuota que en un comienzo era
de 83 mil pesos y al final tenía un monto de 273 mil pesos. En plata blanca, durante esos 8 años don Ciro
había pagado un total 35 millones de pesos por los cinco que había pedido
prestados. Luego comenzó a atrasarse en
sus cuotas y vino el consabido proceso judicial que culminó en remate y orden
de desalojo del predio. Para sacarlo de
su casa se usó una fuerza desmedida, al punto que don Ciro y una familiar suya
fueron incapacitados por ocho días en Medicina Legal, debido a los maltratos
físicos recibidos por la fuerza pública durante el desalojo. La sentencia del juez señalaba que todos los
bienes sacados del apartamento debían arrojarse al parque La Rotonda, de
Ciudadela Colsubsidio en Bogotá.
Acatando literalmente la orden del juez, don Ciro ocupó el lugar en
donde quedaron sus enseres y permaneció allí por cuatro meses hasta que fue
desalojado por la fuerza. Su familia no
resistió la presión acumulada y se desintegró. Poco después, don Ciro tuvo un intento de
suicidio.
Tanto
Don Marco como el señor Modesto Salcedo y don Ciro Gutiérrez, forman parte de
la Red CUNDECON -Colombianos y
Colombianas Unidos por Nuestros Derechos Constitucionales-, una organización
que nació en el año 2003 para asesorar y acompañar a las víctimas del sistema
financiero en Colombia y que hoy congrega a más de 200 afiliados. Su lema es:
“No somos deudores… Somos
víctimas de los bancos y del sector financiero colombiano”. Y tienen hasta su propio himno, una canción
llamada “El verdugo de mi pueblo”, interpretada por Jorge Montenegro en ritmo
llanero. A diferencia de otras
organizaciones similares, en ésta el alma y nervio no son los abogados ni los
asesores financieros, sino los usuarios con dificultades. Trabajan sobre una de las máximas que más se invoca en las calles colombianas y que
se expresa en forma de pacto: hoy por
ti, mañana por mí. De esta forma, cada
uno tiene el compromiso de hacerse presente dos veces por semana en diligencias
de desalojo de sus compañeros. Su
mecanismo de trabajo es pues, la corresponsabilidad. Están unidos bajo los principios
constitucionales que consagran el derecho a una vivienda digna y a la igualdad,
y buscan hacer efectiva una reforma a la ley de vivienda que rige actualmente
en Colombia.
Otra
vez pensé que mi conversación con don Marco estaba a punto de terminar, pero de
repente entró Luis Fernando Acosta, el jefe de prensa de la Personería, un
chico que parece un ángel porque siempre aparece en el momento oportuno para
hacer algún milagro. Esta vez no fue la
excepción. Atravesó la mesa infinita y
como un torero que va a poner las banderillas, sacó una fotografía de entre los
documentos que llevaba Don Marco, y me la puso al frente. No podía creerlo. Era una fotografía de la residencia de Don
Marco, pero parecía más bien la imagen de un libro en forma de casa. Toda la fachada está pintada con números y
letras; repleta de leyendas, tanto en el primero como en el segundo piso. Pero la foto es panorámica, y no alcanzo a
leer la casa. Luis Fernando me mira con
cara de “Para que te des cuenta”, y yo no salgo de mi sorpresa. Él se retira.
Don Marco me mira como a la expectativa, no sabe si estoy asombrada por
su creatividad o asustada de su locura.
Le pregunto…
YO:
¿Qué es esto, Don Marco? ¿Por qué
hizo esto?
D.M.
(Sonriendo, como quien confiesa una travesura). Pues con todos estos problemas que he tenido
con los bancos, a uno lo obligan a conocer y a entender la Constitución
Política Nacional. Yo cargo con ella,
mírela (dice, mientras la saca de su
inagotable maletín). Principalmente uno
tiene que tener presentes el Artículo 51, derecho a una vivienda digna, y el
Artículo 44, los derechos del niño, que prevalecen sobre todos los demás. Entonces ¿qué pasa? Mucha gente no conoce la Constitución, ni las
sentencias de la corte que favorecen a los usuarios de los bancos, ni conocen
el Código de Policía, ni nada de esto.
Muchos compañeros tienen todas esas leyes fotocopiadas y pegadas en las
ventanas, para que las miren los funcionarios cuando vayan a hacer las
diligencias. Pero el problema es que en
mi casa los vidrios son martillados, entonces no podía poner esas fotocopias
ahí. Y también pensé que un papel tamaño
oficio no le llama la atención a nadie.
Entonces, ¿qué se me ocurrió?...
No, pues pintar todo eso en la pared…
Hice el molde en cartulina y luego en un fin de semana lo transcribí
todo a la pared, a la fachada, mire…
Entonces ahí en la fachada del piso de arriba tengo algunos artículos de
la Constitución… También tengo
resaltadas la ley 546, la ley 955, la ley de vivienda parágrafo cinco… También pinté algunos artículos del Código de
Policía… y en la planta de abajo tengo
pintado todo el Código de Infancia y Adolescencia… A mi señora no le gustó ni poquito la idea,
pero ya después se acostumbró. Como la
gente ve toda esa cantidad de números pintados en la fachada, a mi casa la
llaman “La casa del chance” o “la casa de los números”… Yo tengo ahí todo eso para que los
funcionarios que llegan a hacer las diligencias de desalojo miren toda la
cantidad de leyes que pueden estar violando…
Y también para que la comunidad conozca esas leyes y no se dejen meter
los dedos en la boca tan fácil…
“La
casa de los números”… “La casa del
chance”… Resuenan en mi cabeza esos
nombres y por primera vez esa tarde recuerdo que las casas son más que
construcciones costosas en Colombia, más que objetos de pleito. También son libros, también son un punto de
referencia para pertenecer al mundo, también son el escenario de la vida para
una familia…
YO:
¿Y su familia, don Marco?...
Cuénteme de su familia…
D.M.
Tengo cuatro hijas. La mayor ya
no vive con nosotros, pero tuvo dos niños y ellos sí viven en la casa. Las que viven conmigo son una hija de 13
años, otra de 10 y la pequeña de 6. Y mis
dos nietos, la niña mayor tiene 5 años y el niño 3… Yo no tengo muchos medios económicos, pero
siempre he dicho que donde comen tres, comen cinco… Una librita de arroz se puede repartir entre
cinco, no importa.
Mi
esposa ahora está de empleada, trabaja con productos naturales y gana el
mínimo. Afortunadamente no me ha pasado
lo que a otros compañeros, que se les desbarata el matrimonio. Mi señora y yo seguimos como pareja… pero sí existe un encontrón permanente entre
ella y yo por el asunto económico… Para
mi esposa ha sido demasiado tensionante todo esto. Ha cambiado muchísimo. Se ha vuelto más intolerante. Ella dice que ya no se aguanta una diligencia
más de desalojo… Me reclama porque no
consigo un puesto fijo… ¿pero cómo voy a
conseguir un puesto fijo, sabiendo que a cada rato me toca hacer todas las
vueltas del proceso, trámites jurídicos, todo eso?… Mi esposa está muy aburrida… No sé si será bueno o malo, pero ella se
metió a eso del cristianismo y en la última diligencia ella estaba orando;
decía que no iba a levantar un solo dedo para nada en esa situación. Sin embargo, cuando ya vio que la inspectora
dijo “procedan”, ya cambió por completo y comenzó a actuar. Se puso a la defensiva…
Después
de la primera diligencia, si mis hijas estaban en la calle y veían un policía
por ahí, inmediatamente corrían para la casa, cerraban la puerta, echaban
pasadores y se metían en el patio o se subían a las habitaciones para
esconderse debajo de las camas.
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Con
el tiempo, ellas han ido comprendiendo.
En la última diligencia que nos hicieron, mi niña la de trece años,
estuvo gritándoles a los medios y a toda esa gente que estaba ahí, que “la
vivienda digna es un derecho para los niños”.
Ahí fue cuando me di cuenta de que todo lo que he peleado no ha sido en
vano, la niña ya entiende.
YO:
Una diligencia de esas debe ser de lo más tensionante para la familia…
D.M.
Claro que sí… Cuando uno está
dentro de una diligencia, el mayor miedo es que lo vayan a golpear a uno. Si uno está afuera de la casa, lo más
importante es tratar de estar un poquito alejado de los policías, poder
cogerles el número a los agentes que estén ahí, tener alguna cámara para grabar
todo lo que vaya sucediendo… Toca estar
todo el tiempo a la defensiva. Si uno
está adentro de la casa, a uno le toca estar equipado de agua, de piedras, de
palos, de varillas… o sea de esos medios
que uno tiene a la mano en una casa normal…
Le toca a uno tener ahí esas cosas listas, por si sí o por si no. Hasta el momento, en mi caso afortunadamente,
ha sido porque no.
El
día anterior a una diligencia uno no puede dormir bien, le dan a uno las doce,
la una de la mañana por ahí despierto, pensando… Duerme uno por ahí tres horas, porque al otro
día toca estar listo para cualquier cosa.
En esos momentos a uno le da mucho mal genio, tensión, nerviosismo,
dolor en el cuello, mucha tensión… Las
relaciones en la familia cambian muchísimo.
Todo el mundo está nervioso y si al uno le dicen “feo”, el otro le
contesta “más feo es usted” y comienza el conflicto. Uno se pone intolerante con los niños, que no
hagan, que no digan, que no se muevan, que no salgan, que no sé qué… La paz de nuestro hogar se ha visto muy
afectada. Cuando se calman las cosas,
vuelve la paz. Pero apenas llega el primer
volante, o la primera notificación o cualquier cosa, inmediatamente vuelve la
tensión a la casa y comienzan los choques…
Para
la diligencia que me hicieron en marzo del año pasado, unos días antes me llegó
una boletica por debajo de la puerta.
Era un anónimo. Me decían que no
me pusiera a pelear contra el banco, que me saliera por las buenas porque yo
tenía cola. Cola son mis hijas. Yo le pasé esa boletica a mi señora y ella de
la furia la volvió pedacitos y la botó a la basura… Eso estuvo mal porque también era una prueba
del acoso que me estaban haciendo… A
muchos otros compañeros también les han llegado boleticas parecidas…
El
miedo más grande que a mí me da es que
de pronto en la diligencia vengan también a quitarle los hijos a uno… hasta ahora a mí no me ha tocado eso, pero sí
es un temor que está ahí porque a otros compañeros se lo han hecho…
Don
Marco me parece ahora más frágil. Ya no
se asemeja a Mandrake, sino a cualquier colombiano bueno que sueña con unas
condiciones mínimas de estabilidad para su familia. Un hombre atrapado, como tantos colombianos,
en la letra menuda de los bancos. Lo más
perverso de los créditos hipotecarios es el hecho de que legalmente se violan
muchos derechos; y voluntariamente los usuarios se ponen en desventaja.
YO:
¿Ha aprendido algo de toda esta situación?
D.M.
Pues ya ve que sí. Toda esta
lucha me ha enseñado muchas cosas. Sobre
todo me ha enseñado a entender dónde están las violaciones legales que hay en
estos procesos. Con esto he aprendido
que no solamente para los bancos, sino para muchas cosas, hay leyes a las que
uno puede acudir. Lo que pasa es que
muchos colombianos no saben interpretarlas, pero ahí están y uno puede
ampararse en ellas. Yo leo las leyes,
las analizo, las interpreto, y si no, le pregunto a los abogados y así
aprendo. Ya he ido conociendo tanto de
esto, que también les he dado asesorías a los vecinos en problemas de vivienda,
de servicios públicos; les digo por dónde podemos irnos legalmente para pelear
contra el Estado. He aprendido que se
puede luchar, mientras uno tenga la razón y no esté atropellando a nadie. Uno tiene el derecho a la defensa y también
el derecho a la acusación. Inicialmente
lo mío era defiéndame y defiéndame, pero me dijeron “un momentico… Acuérdese que si usted se defiende y sólo se
defiende, los enemigos lo van a seguir atropellando… No se defienda solamente, ¡ataque!”… La mejor defensa es el ataque, dicen por
ahí. Entonces también aprendí a demandar
a los que me han demandado a mí, y todo por ese estilo.
YO:
Y, con toda esa experiencia encima, ¿qué le aconsejaría usted a una
persona que quiera contratar un crédito hipotecario con un banco?
Foto vía Flickr: http://www.flickr.com/photos/ludmila_tavares/2414435704/ |
D.M.
Que no lo haga. Que mejor ahorre. Es que en realidad, el engaño más grave que
hacen los bancos es, sobre todo, la falsa publicidad. Uno ve vallas en donde dice “Compre su casa
por solo 150 mil pesos de cuotas mensuales”.
¡Mentira! Ése es solamente el
gancho, porque no le están diciendo al usuario que por debajo de cuerdas también
le van a ajustar la tasa de interés, el IPC; no le dicen a la gente que va a
haber un incremento anual si es en pesos, porque si es en UVRs va a ser
peor. La otra parte del engaño va en la
letra menuda que está en esos formatos que a uno le hacen firmar al momento de
hacer un crédito. Ponen un montón de
condiciones y de reglas que no se entienden hasta que uno no está metido en el
problema. Toda persona que quiera hacer
un crédito hipotecario tiene que estar encima de eso, mirando todo, preguntando
todo, vigilando todo. Y cualquier cosita
que vea extraña, así sean 50 centavos que le estén cobrando de más,
inmediatamente pedirle explicaciones al banco, y no verbalmente sino por
escrito. Porque en Colombia todo lo que
no sea por escrito, no vale nada.
Entonces toca estar encima de eso, no perderle pie ni pisada a lo que
haga el banco con el crédito de uno.
Apago
mi grabadora y veo que don Marco se siente aliviado. Me habla entonces de lo furiosa que su mujer
está con él, con la vida. Él no quiere
que el matrimonio se deteriore, pero las cosas se complican cada vez más. Me cuenta de las luchas de CUNDECON en Cali,
en donde se ha ido implantando la consigna:
“Casa desalojada, casa tumbada”. Lo
miro y veo en él más tenacidad que esperanza.
Me extiende la mano y nos despedimos con una sensación de estar
escribiendo unos puntos suspensivos. Lo
veo alejarse por esas calles de Soacha, repletas de casitas que se aferran
rabiosamente a las montañas.
No
hay en Colombia aún un sistema de crédito de vivienda que incline la balanza
hacia los sectores más pobres del país.
Hoy día los créditos hipotecarios muestran una cara un poco más
amable. Sin embargo, hay mucha gente que
todavía soporta los efectos de la crisis de los años noventa, y otros tantos
que siguen endeudándose sin tomar demasiado en cuenta la letra menuda de los
bancos. Si bien los deudores de vivienda
en la actualidad ascienden a un 6% solamente, con la situación de desempleo
creciente y la perspectiva de una economía con tendencia recesiva, no resulta
muy optimista el panorama hacia el futuro inmediato. En una óptica realista, se puede esperar que
ese 6% de morosos aumente en los próximos años.
Carolina,
mi brillante compañera de exploraciones soachunas, ha permanecido en silencio
tomando apuntes, y ahora me mira con sus grandes ojos y un gesto de desilusión
en la mirada. Me atormenta ver
escepticismo en una chica de 20 años.
“Qué mierda de país”, me dice ella.
“Qué mierda de país”, le respondo yo.
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