sábado, 5 de octubre de 2013

Se vende problema eterno. Módicas cuotas mensuales



Por: Edith Sánchez

La mierda y su manejo, aunque muchos no lo crean, constituye una realidad determinante en la evolución humana.  No en vano el Psicoanálisis señala que en la fase anal del desarrollo se modelan, entre otros, el sentido del orden y, cosa curiosa, la relación con el dinero.   La forma en que un niño interactúa con sus heces y su orina en aquella etapa, y la guía de los adultos en ello, deja en el alma de la gente una posibilidad de dar o de no hacerlo.  De ahí, su adhesión mezquina o su desprendimiento del dinero.  Tacañería y estreñimiento, diarrea y despilfarro…  El dinero y el popó equivalen a lo mismo en el inconsciente humano.  En este orden de ideas, los banqueros vendrían a ser algo así como el intestino de una sociedad.  En el caso de Colombia, un tumor en el colon, porque, evidentemente, en más de una ocasión se han cagado en la ley.

Foto vía Flickr: http://www.flickr.com/photos/anvica/3260731808/

Mis reflexiones alrededor de la mierda y su razonable administración comenzaron esa tarde de septiembre cuando conocí a don Marco Aurelio Linares.  En realidad, el encuentro con este hombre resultó imprevisto.   Esperaba a otra persona mientras luchaba contra el calor invasivo de las tres de la tarde, en la sala de juntas de la Personería de Soacha, conversando con Carolina, mi brillante compañera de exploraciones soachunas.  Atrapadas entre una mesa infinita, seis sillas vacías y una fotografía impasible de la plaza del municipio, lo vimos aparecer con su fardo personal:  un hiperbólico maletín repleto de documentos.  Don Marco se abrió paso por entre la nada, moviéndose rápida y nerviosamente como si eludiera a una multitud.  Se sentó a mi lado y extendió su cartapacio horizontalmente.  Luego se quitó el reloj y lo puso sobre la mesa, como diciéndole al tiempo “tú te quedas donde yo te lo ordene”.  Es un hombre alto, menudo, con facciones finas y un extraño parecido a Mandrake.  En realidad es un Mandrake rehabilitado del cómic, salido de su trasescena y dispuesto a revelar los trucos de la historia.  Tiene los ojos verdes y un gesto sin gesto, algo así como una seguridad tensa.  Ni siquiera se presenta.  Comienza a hablar de manera atropellada, con la fluidez desaforada de quien se siente repleto de argumentos y, a la vez, incomprendido.

DON MARCO:  ¿Para dónde va la vivienda en Colombia?  Para dejar a todos los colombianos en la ruina.  ¿Por qué?  (Mmmm… la cosa no pinta bien…  él mismo se está haciendo la entrevista…)  Es que la forma en que nos está azotando el sistema financiero, pues es muy fregado para cualquier colombiano que se gane un mínimo…  (Para que le hagan un préstamo de vivienda a una persona, ¿qué le toca?...  Ser mentiroso…
YO(intentando tomar la dirección de la conversación):  Bueno, pero vamos por partes.  ¿Cuál es su nombre?
DON MARCO:  Marco Aurelio Linares  (me contesta, y yo me siento como una profesora de primaria llamando a lista).
YO:  Y veo que su problema es con un crédito de vivienda…
D.M.:  Correcto.  Es que vea, ¿qué pasa?  Que el sistema financiero es injusto.  ¿Por qué?  Porque…  (otra vez comenzó a entrevistarse él mismo.  Me apresuro para salirle al paso).
YO:  Don Marco, yo quisiera saber cómo llegó usted a todas esas conclusiones.  Mejor dicho, cuénteme su historia, qué fue lo que le ocurrió con los bancos.

(Silencio.  Di en el blanco.  La entrevista es mía).

D.M.  Pues mire, yo comencé como cualquier colombiano, inocente de cómo el banco le hace a uno las jugadas.  Eso fue en el año 98.  Yo hice un préstamo para vivienda en COLMENA por 11 millones y pico…
YO:  Quería comprar su casa con ese dinero…
D.M.  Sí.  No…  Bueno, mi idea era comprar la casa con esa plata, con otra plata que tenía ahorrada y con el subsidio que a uno le dan, porque la casa me costaba 19 millones en total.  La compré aquí en Soacha, en San Mateo.  En esos tiempos yo trabajaba en Coca-Cola y ganaba bien, casi tres salarios mínimos de esa época, por eso no le vi problema a hacerme a esa deuda.
YO:  ¿Y qué pasó?
D.M.  El crédito estaba pactado a 15 años, o sea 180 meses.  El asunto es que a medida que yo iba pagando, en el recibo no me iban disminuyendo el número de cuotas; al contrario:  aumentaban.  Y estando al día en los pagos, llegué a tener mi préstamo con saldo a 260 meses, que eso equivale a 18 años. 
YO:  ¿Cómo así?  ¿Por qué pasaba eso?
D.M.  Yo preguntaba en el banco, pero no me decían nada en concreto.  Daban a entender que era un error de digitación…  En un momento dado, el número de meses bajó, pero luego volvió y subió. 
Pero el problema más grave para mí comenzó en el año 2000, cuando nos mandaron un comunicado del Banco Colmena y ahí decía que todos los deudores teníamos que cambiar nuestro crédito en pesos por uno en UVRs, que dizque eso era orden del gobierno.  Y ahí estuvo uno de los engaños al pueblo colombiano…  El problema es que el UVR no es una constante sino una variable, o sea que varía día a día, aunque sea en uno o dos centavos.  Y en el momento de ir a pagar, esos centavos se te pueden estar convirtiendo en cinco o diez mil pesos, porque como no es sobre un solo UVR que tú tienes pactado el préstamo, sino sobre muchos UVR entonces ahí es que sube y se siente, se siente duro.  Y ahí es donde nos tienen aventados a todos…
YO:  (Inquisitiva)  Pero qué…  ¿Se colgó en las cuotas o qué?...
D.M.  (Como sumergiéndose en un pozo oscuro)  Claro…  Porque es que en el mismo año 2000 a mí me sacaron de la empresa donde estaba trabajando, por una de esas famosas “reestructuraciones” y ahí sí la cosa se me complicó.  Me tocó empezar a rebuscarme el trabajo…  Yo soy electricista con matrícula profesional…  Pero como ya tenía más de 30 años, en ningún lado me recibían.  Entonces me empecé a colgar con las cuotas porque además, yo había comenzado pagando 163 mil pesos mensuales y tres años después ya estaba pagando 300 mil.   Me quedaba muy difícil solucionar esa situación, porque ¿qué está primero:  el banco o los hijos?  Entonces el banco me inició proceso legal en el 2002.  Alcancé a pagar como nueve millones de pesos cumplidamente…
YO:  Me imagino que buscó asesoría legal, un abogado o algo…
D.M.  P’a lo que sirven los abogados…  Cuando el banco me inició el proceso hipotecario, bueno, pues…  uno se asusta ¿cierto?  Encontré una abogada, pero me cobraba dos millones de pesos en efectivo para iniciar el proceso…  ¡Si hubiera tenido los dos millones se los habría pagado al banco y no a ella!  Por ese lado no se pudo.  En realidad, en un comienzo no tuve ningún tipo de asesoría legal.  Después me contacté con ASUPAC, que es una organización de usuarios de los bancos;  allá me dieron un abogado que a la final no pudo hacer nada por mi proceso, porque ya estaba en vísperas del remate de mi casa.
YO:  Úpale…  ¿ O sea que le remataron su casa?
D.M.  (Mirando por encima de mi cabeza hacia un punto incierto)  A mí me llegó ya fue la orden de desalojo en marzo del 2006.  Por esos días yo había visto que el noticiero de “Noticias Uno” tenía una sección que se llama “¿Qué tal esto?”  Entonces yo llamé al noticiero y allá me comunicaron con el periodista Yesid Baquero y yo le conté a él que tenía una diligencia de desalojo en mi contra para el próximo viernes.  Yesid me dijo que él iba a ir, que cualquier cosa él me colaboraba.  Lo cierto fue que adelantaron esa diligencia para el jueves y la abogada dijo que “un día más, un día menos, qué importa…”  Ese día yo estaba trabajando y de pronto fue que me llamó una vecina:  “Don Marco, le están sacando todas las cosas de su casa”.  Yo me fui inmediatamente para allá, pero por los trancones siempre me demoré.  En ese momento yo ya me había resignado a perder mi casa y estaba dispuesto a entregarla el viernes, pero como adelantaron la diligencia todo como que fue cambiando. 
Me enteré de que mi señora…  Ahí es donde uno ve que a veces las que tienen los pantalones son las mujeres…  Pues mi señora después que ya habían empezado a sacar las cosas, ella aprovechó un momento de descuido y cerró la puerta de la casa, la trancó por dentro y se subió al segundo piso.  Y de la furia tan espantosa, esa mujer empezó a tratar mal a los funcionarios, a gritarles que por qué habían adelantado el desalojo…  Eso daba miedo…  Y ahí se armó la grande…  Los policías se subieron encima del tejado para meterse a la casa, para intimidarnos…  Cogieron la casa a golpes hasta que tumbaron la puerta…  A mi esposa la agredieron, mejor dicho, un policía con el bolillo la empujó…  Yo en ese momento pensé que estaban actuando dentro de la ley, porque en esa época yo no conocía nada de nuestros derechos…  Afortunadamente una vecina grabó en video todo eso.

(Qué indefensión la del ciudadano ante la “fuerza pública”, que verdaderamente usa y abusa de la fuerza cuando lo privado queda en entredicho, pensaba yo).

D.M.  Yo llamé a Yesid Baquero y le conté lo que estaba pasando.  Entonces él me dijo que llegaba con las cámaras del noticiero a las 4 en punto, porque no podía antes, pero que me iba a poner en contacto con unos amigos que podían colaborarme.  Más tarde llegaron tres señores que yo no los conocía; se presentaron, “que nos mandó Yesid Baquero a ver en qué le podemos colaborar”.  Esos tres señores son de una organización que se llama CUNDECON y son gente que se opone a ese tipo de diligencias, porque conocen la ley y saben exponer argumentos frente a los casos que son arbitrarios.  Ahí fue cuando comencé a enterarme de que los policías al irrumpir de esa manera a mi casa nos violaron el artículo 29 de la Constitución Política Nacional…  Nosotros no somos ni terroristas, ni paramilitares, ni guerrilleros, ni secuestradores…  que son las únicas formas en que la policía tiene la potestad para subirse y allanar una casa como sea…

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Yesid llegó a las cuatro en puntillas, con las cámaras de Noticias Uno, y apenas lo vieron no quedó nadie al frente de mi casa…  Por algo le tienen miedo a las cámaras…  Lo cierto es que cuando él llegó ya me habían desocupado la casa.  Entonces él me dijo:  “Llegué tarde…  ya no se puede hacer nada”.  Él se fue y yo me quedé con los señores de CUNDECON.  De pronto me dijo uno de los compañeros, y los llamo compañeros porque desde ese día son mis compañeros de lucha, el compañero me dijo:  “¿Usted tiene las güevas para volverse a meter a su casa?”… Yo me quedé callado…  Pues, en ese momento lo cogen a uno fuera de base…  Y él me repitió:  “Dígame de verdad…  ¿Sí tiene las güevas o no las tiene?”  Y yo le dije “Sí”.  A las seis de la tarde estábamos ingresando nuevamente a la casa.  En ese momento me di cuenta de que todas las cosas de mi casa las tenían guardadas mis vecinos, porque cuando había comenzado el desalojo, mis  vecinos de la cuadra que son gente buena, muy amables, muy solidarios…  Ellos no me dejaron nada en la calle.  Sacaban una silla y ellos “que no, venga yo la guardo en mi casa”; sacaban una butaca, una mesa, lo que fueran sacando de la casa, y el primer vecino que estuviera ahí se lo iba llevando para su casa.  Cuando volvimos a ingresar a mi casa, ahí fue que vi que todas mis cosas estaban en ocho casas diferentes.  Desde ese día yo tengo la posesión material del inmueble.  Ese día se terminó el proceso hipotecario del banco en contra mía, en el momento en que la inspectora cerró la puerta.  Y de ahí en adelante se inició otro proceso legal de lanzamiento por ocupación de hecho.  Y ya llevo otras cuatro diligencias de desalojo por esa causa.

A estas alturas ya había comprendido que Don Marco portaba ese inmarcesible maletín repleto de documentos, porque estaba bajo el yugo de un proceso legal.  Es uno de esos colombianos que cargan su vida con un adjetivo descriptivo al lado de todas sus mañanas y sus tardes y sus noches:  empapelado.
La historia de los créditos hipotecarios en Colombia está llena de personas como Don Marco.
Y es que darle crédito de vivienda a los pobres es un mal negocio dentro del capitalismo, porque exige mantener muy bajas las tasas de interés y aguantar deudas de largo plazo, que no generan ganancias significativas.  Por eso, en la mayoría de los países, es el Estado quien asume la tarea de prestarle plata a los descamisados para que compren sus casas.  En Colombia, también el Estado se hacía cargo de esa tarea, a través del Banco Central Hipotecario y el Instituto de Crédito Territorial.  Pero en 1972 se crearon las Corporaciones de Ahorro y Vivienda y con ellas el crédito dejó de ser un servicio para convertirse en un negocio.
Para volverle interesante el asunto a los banqueros, se creó un engendro conocido como UPAC –Unidad de Poder Adquisitivo Constante-, un sistema que, sin querer queriendo, eleva las tasas de interés y convierte los créditos de vivienda para los pobres en un negocio rentable para los dueños de los bancos.  La lógica del UPAC se basaba en consentir que un capital se pagara en cuotas mensuales, como cualquier crédito; pero a la vez, permitía que los intereses generados por ese crédito fueran pagándose también mensualmente.  Así que en la deuda global quedaban incluidos tanto el capital como los intereses, y con base en ese monto total se fijaban unas cuotas mensuales, cuyo valor dependía de la inflación.  Por eso, en las deudas con UPAC las cuotas mensuales iban subiendo progresivamente. 
En otras palabras, con el UPAC, a los deudores se les cobraba intereses por el capital y también intereses por los intereses, bajo el prurito de la tasa de inflación.  Cobrar intereses sobre intereses es un delito en Colombia y el UPAC se convirtió en el disfraz perfecto para volver legal esa práctica.
El genio que diseñó este esquema, el doctor Lauchlin Currie, advirtió desde un comienzo que este era un sistema de crédito destinado a gente relativamente adinerada, pues suponía que quien lo contratara tuviera una estabilidad laboral asegurada a 15 ó 20 años y que además sus ingresos se incrementaran en la misma proporción de la inflación, dos condiciones que no se cumplen para los estratos medios y pobres de Colombia.  Pero como el Estado colombiano ya no quería atender el chicharrón de la vivienda para los pobres, terminó trasladando a las Corporaciones financieras esta labor.  Sin embargo, los arrancados no sabían todo esto, por eso fueron mansamente a hacer fila en las corporaciones para contratar sus créditos.
Para completar la dicha, en 1990 se toman otra serie de medidas que profundizan el esquema y sientan las bases del colapso financiero que se vivió en Colombia terminando el siglo XX.  A finales de la década de los noventa, las tasas de interés llegan a unos niveles altísimos, por encima del 50%; sumado a esto, la economía registra una grave recesión.  En 1998 los bancos tenían deudas morosas por más de un billón de pesos; y en 1999 por más de 3 billones.  Técnicamente, las Corporaciones de Ahorro y Vivienda estaban quebradas.  Pero el Estado no desampara a sus banqueros.  Por eso, y haciendo gala de la chambona democracia que profesan, el gobierno, a través del Ministro de Hacienda y con la bendición del Fondo Monetario Internacional, le gira a las corporaciones la suma de 3.1 billones de pesos, que les regalaron en dos contados.  Estoy hablando en serio.  El gobierno le regaló ese dinero a los bancos para que no se quebraran por las deudas de la gente.  No le dio el dinero a los deudores que estaban colgados con sus pagos, se lo obsequió a las corporaciones para que el sistema permaneciera incólume.  Y como la inconformidad de los deudores subía y se desató una lucha social en torno a este tema, el Estado aflojó y desmontó el sistema UPAC, que de hecho ya había sido desbordado por la realidad, e introdujo un nuevo engendro, la llamada UVR –Unidad de Valor Real-.  Con el tiempo se demostró que la UVR venía siendo simplemente una versión más diplomática del UPAC, pero que en el fondo sus efectos eran similares.  Quedó demostrado también que la principal habilidad de nuestros gobernantes es la manipulación semántica.

Don Marco permanecía a mi lado, dispuesto a hablar, dispuesto a probar a través de los cientos de papeles que cargaba en su maleta.  Cuando terminó de contarme la historia de cómo se había convertido en ocupante de hecho de su propia casa, parecía exhausto, sólo de recordarlo.  Pensé que nuestra conversación estaba terminando, pero entonces sacó una de sus fotocopias.  Era una noticia del “Diario Deportivo”.  Se titulaba:  “Ni con ayuda presidencial” y en la fotografía que acompañaba la nota, aparecía Don Marco con cuatro de sus hijas, al frente de su casa.  ¿Ni con ayuda presidencial?  ¿Cómo así?  Ojeé algunos párrafos…

YO:  Cuénteme cómo fue eso de la conversada suya con el presidente Uribe, don Marco.
D.M.  Eso fue en septiembre del 2007, que hicieron un foro en Corferias que se llamaba “¿Para dónde va la vivienda en Colombia?”  Ahí se iba a hablar de todo el problema de la vivienda.  Pues le cuento que varios compañeros de CUNDECON nos hicimos presentes allí, especialmente para una charla que iba a dar el Presidente de la República.  Yo me hice en la tercera fila más o menos, y precisamente por ahí subió el señor Presidente  y yo le dije:  “Señor Presidente, ¿me permite intervenir un momento?”  Él me contestó, “Espere y en un momentico…”  Entonces comencé yo a ponerme un papelito con un signo de interrogación en el pecho y me paraba, me sentaba, me paraba y me volvía a sentar…  Hasta que ya el Presidente dijo “Allá el señor que lo veo para arriba y para abajo, démosle la palabra”.  Entonces comencé a hablar, a decir que la vivienda en Colombia va para dejar a todos los colombianos en la ruina.  Expuse mis argumentos y comenté mi caso personal.  El señor Presidente me escuchó y luego hizo lo que hace en todos los foros y en los consejos comunitarios, que es prometer, prometer y prometer.  Él cogió el teléfono y lo que vimos todos, incluidos los medios de comunicación, fue que llamó a Eulalia, la gerente del Banco Colmena, y le comentó mi caso.  Y, supuestamente, quedaron en que ella me iba a atender al día siguiente para ver cómo solucionábamos mi problema.

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Después ya intervinieron otros compañeros, todos inconformes por las diferentes situaciones, y ese foro prácticamente se les vino a pique.  Entonces el presidente al ver todo ese caos, dijo que necesitaba cinco representantes de los usuarios con problemas con los bancos y que se iba a reunir con ellos esa misma noche en el palacio presidencial.
Ya en la noche yo me fui con los compañeros para el Palacio de Nariño y a mí casi no me dejan entrar porque no estaba en la lista de los cinco, hasta que llegó una asesora del viceministro de vivienda y me reconoció, entonces le dijo a la guardia presidencial que me dejaran entrar.  En esa reunión estaba el Señor Presidente, María Mercedes Cuéllar, la presidente de Asobancaria, el presidente del Fondo Nacional del Ahorro, el Viceministro de Vivienda y más tarde llegó el director de la Superintendencia Financiera.  Ahí los compañeros y yo les presentamos toda la situación de la arbitrariedad de los créditos hipotecarios en Colombia.  Cada uno habló, se expusieron las situaciones, se discutió…  María Mercedes Cuéllar salió con que lo que nosotros queríamos era que ellos nos patrocinaran una cultura de no pago de los créditos, y yo le dije que los pobres somos los que más pagamos créditos en Colombia…  Se habló de todo…  Lo cierto es que al día siguiente yo fui al Banco Colmena y pasó lo que me suponía:  comenzaron a “ping-ponearme”, me mandaron primero a un delegado de la Doctora Eulalia, porque ella estaba muy ocupada; luego el delegado también se ocupó y entonces me mandaron a una abogada del banco…  Mejor dicho no se hizo nada…  Todo volvió a quedar como al principio…  Incluso una semana después vino a entrevistarme Felipe Arias de Noticias Uno, para la famosa sección de “¿Qué tal esto?”, y desde el mismo teléfono de mi casa llamamos al Presidente, porque queríamos que él pusiera la cara, pero no, nunca contestaron.  Entonces, logré hablar con el Presidente de la República y eso me sirvió para tres cosas:  para nada, para nada y para nada.
YO:  Me da la sensación de que ustedes los de CUNDECON son cosita seria…
D.M.  Bueno, es que a nosotros en este momento nos consideran un grupo de choque, según el comandante de la policía.  Él ha dicho incluso que nosotros somos “el cartel de los antidesalojos”, porque claro, nosotros hacemos oposición a esas diligencias y a veces las cosas se han puesto duras con la policía, como nos pasó con el caso del compañero Modesto Salcedo, que eso fue hasta noticia internacional…  Y también con Ciro Gutiérrez, el del famoso desalojo de la Ciudadela Colsubsidio en Bogotá…

Mientras los mencionaba, recordé esos nombres.  El caso de Modesto Salcedo mojó mucha tinta en 2008, porque frente a su casa se dio una batalla campal, cuando 30 efectivos antidisturbios  -que luego llegaron a 200 según dicen los vecinos-  intentaron entrar a la fuerza para desalojarlo a él y a su familia, ayudados por dos tanquetas y una grúa.  Los moradores respondieron con una lluvia de ladrillos y varillas desde la terraza.  Allí gritaban a voz en cuello que no iban a salir y que estaban dispuestos a dar la vida antes de entregarle su casa al banco.  La confrontación duró más de ocho horas y finalmente la fuerza pública tuvo que retirarse.  Al señor Salcedo lo quería desalojar el nuevo dueño de su casa, quien la había adquirido después de que el banco la rematara.  Salcedo había contraído un préstamo por 65 millones y al momento de la diligencia de desalojo había pagado 115, pero según las cuentas del banco, todavía debía 80 millones.  Como se había atrasado en sus cuotas mensuales, el banco había iniciado un proceso que terminó con el remate de su casa y luego con el operativo de desalojo en su contra.

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El caso de Ciro Gutiérrez ocurrió en el 2006.  Este hombre había pedido un préstamo hipotecario por cinco millones de pesos y pagó cumplidamente durante ocho años, una cuota que en un comienzo era de 83 mil pesos y al final tenía un monto de 273 mil pesos.  En plata blanca, durante esos 8 años don Ciro había pagado un total 35 millones de pesos por los cinco que había pedido prestados.  Luego comenzó a atrasarse en sus cuotas y vino el consabido proceso judicial que culminó en remate y orden de desalojo del predio.   Para sacarlo de su casa se usó una fuerza desmedida, al punto que don Ciro y una familiar suya fueron incapacitados por ocho días en Medicina Legal, debido a los maltratos físicos recibidos por la fuerza pública durante el desalojo.  La sentencia del juez señalaba que todos los bienes sacados del apartamento debían arrojarse al parque La Rotonda, de Ciudadela Colsubsidio en Bogotá.  Acatando literalmente la orden del juez, don Ciro ocupó el lugar en donde quedaron sus enseres y permaneció allí por cuatro meses hasta que fue desalojado por la fuerza.  Su familia no resistió la presión acumulada y se desintegró.  Poco después, don Ciro tuvo un intento de suicidio.
Tanto Don Marco como el señor Modesto Salcedo y don Ciro Gutiérrez, forman parte de la Red CUNDECON  -Colombianos y Colombianas Unidos por Nuestros Derechos Constitucionales-, una organización que nació en el año 2003 para asesorar y acompañar a las víctimas del sistema financiero en Colombia y que hoy congrega a más de 200 afiliados.  Su lema es:  “No somos deudores…  Somos víctimas de los bancos y del sector financiero colombiano”.  Y tienen hasta su propio himno, una canción llamada “El verdugo de mi pueblo”, interpretada por Jorge Montenegro en ritmo llanero.  A diferencia de otras organizaciones similares, en ésta el alma y nervio no son los abogados ni los asesores financieros, sino los usuarios con dificultades.  Trabajan sobre una de las máximas que  más se invoca en las calles colombianas y que se expresa en forma de pacto:  hoy por ti, mañana por mí.  De esta forma, cada uno tiene el compromiso de hacerse presente dos veces por semana en diligencias de desalojo de sus compañeros.  Su mecanismo de trabajo es pues, la corresponsabilidad.  Están unidos bajo los principios constitucionales que consagran el derecho a una vivienda digna y a la igualdad, y buscan hacer efectiva una reforma a la ley de vivienda que rige actualmente en Colombia.

Otra vez pensé que mi conversación con don Marco estaba a punto de terminar, pero de repente entró Luis Fernando Acosta, el jefe de prensa de la Personería, un chico que parece un ángel porque siempre aparece en el momento oportuno para hacer algún milagro.  Esta vez no fue la excepción.  Atravesó la mesa infinita y como un torero que va a poner las banderillas, sacó una fotografía de entre los documentos que llevaba Don Marco, y me la puso al frente.  No podía creerlo.  Era una fotografía de la residencia de Don Marco, pero parecía más bien la imagen de un libro en forma de casa.  Toda la fachada está pintada con números y letras; repleta de leyendas, tanto en el primero como en el segundo piso.  Pero la foto es panorámica, y no alcanzo a leer la casa.  Luis Fernando me mira con cara de “Para que te des cuenta”, y yo no salgo de mi sorpresa.  Él se retira.  Don Marco me mira como a la expectativa, no sabe si estoy asombrada por su creatividad o asustada de su locura.  Le pregunto…

YO:  ¿Qué es esto, Don Marco?  ¿Por qué hizo esto?
D.M.  (Sonriendo, como quien confiesa una travesura).  Pues con todos estos problemas que he tenido con los bancos, a uno lo obligan a conocer y a entender la Constitución Política Nacional.  Yo cargo con ella, mírela  (dice, mientras la saca de su inagotable maletín).  Principalmente uno tiene que tener presentes el Artículo 51, derecho a una vivienda digna, y el Artículo 44, los derechos del niño, que prevalecen sobre todos los demás.  Entonces ¿qué pasa?  Mucha gente no conoce la Constitución, ni las sentencias de la corte que favorecen a los usuarios de los bancos, ni conocen el Código de Policía, ni nada de esto.  Muchos compañeros tienen todas esas leyes fotocopiadas y pegadas en las ventanas, para que las miren los funcionarios cuando vayan a hacer las diligencias.  Pero el problema es que en mi casa los vidrios son martillados, entonces no podía poner esas fotocopias ahí.  Y también pensé que un papel tamaño oficio no le llama la atención a nadie.  Entonces, ¿qué se me ocurrió?...  No, pues pintar todo eso en la pared…  Hice el molde en cartulina y luego en un fin de semana lo transcribí todo a la pared, a la fachada, mire…  Entonces ahí en la fachada del piso de arriba tengo algunos artículos de la Constitución…  También tengo resaltadas la ley 546, la ley 955, la ley de vivienda parágrafo cinco…  También pinté algunos artículos del Código de Policía…  y en la planta de abajo tengo pintado todo el Código de Infancia y Adolescencia…  A mi señora no le gustó ni poquito la idea, pero ya después se acostumbró.  Como la gente ve toda esa cantidad de números pintados en la fachada, a mi casa la llaman “La casa del chance” o “la casa de los números”…  Yo tengo ahí todo eso para que los funcionarios que llegan a hacer las diligencias de desalojo miren toda la cantidad de leyes que pueden estar violando…  Y también para que la comunidad conozca esas leyes y no se dejen meter los dedos en la boca tan fácil…

“La casa de los números”…  “La casa del chance”…  Resuenan en mi cabeza esos nombres y por primera vez esa tarde recuerdo que las casas son más que construcciones costosas en Colombia, más que objetos de pleito.  También son libros, también son un punto de referencia para pertenecer al mundo, también son el escenario de la vida para una familia…

YO:  ¿Y su familia, don Marco?...  Cuénteme de su familia…
D.M.  Tengo cuatro hijas.  La mayor ya no vive con nosotros, pero tuvo dos niños y ellos sí viven en la casa.  Las que viven conmigo son una hija de 13 años, otra de 10 y la pequeña de 6.  Y mis dos nietos, la niña mayor tiene 5 años y el niño 3…  Yo no tengo muchos medios económicos, pero siempre he dicho que donde comen tres, comen cinco…  Una librita de arroz se puede repartir entre cinco, no importa. 
Mi esposa ahora está de empleada, trabaja con productos naturales y gana el mínimo.  Afortunadamente no me ha pasado lo que a otros compañeros, que se les desbarata el matrimonio.  Mi señora y yo seguimos como pareja…  pero sí existe un encontrón permanente entre ella y yo por el asunto económico…  Para mi esposa ha sido demasiado tensionante todo esto.  Ha cambiado muchísimo.  Se ha vuelto más intolerante.  Ella dice que ya no se aguanta una diligencia más de desalojo…  Me reclama porque no consigo un puesto fijo…  ¿pero cómo voy a conseguir un puesto fijo, sabiendo que a cada rato me toca hacer todas las vueltas del proceso, trámites jurídicos, todo eso?…  Mi esposa está muy aburrida…  No sé si será bueno o malo, pero ella se metió a eso del cristianismo y en la última diligencia ella estaba orando; decía que no iba a levantar un solo dedo para nada en esa situación.  Sin embargo, cuando ya vio que la inspectora dijo “procedan”, ya cambió por completo y comenzó a actuar.  Se puso a la defensiva…
Después de la primera diligencia, si mis hijas estaban en la calle y veían un policía por ahí, inmediatamente corrían para la casa, cerraban la puerta, echaban pasadores y se metían en el patio o se subían a las habitaciones para esconderse debajo de las camas.  

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Con el tiempo, ellas han ido comprendiendo.  En la última diligencia que nos hicieron, mi niña la de trece años, estuvo gritándoles a los medios y a toda esa gente que estaba ahí, que “la vivienda digna es un derecho para los niños”.  Ahí fue cuando me di cuenta de que todo lo que he peleado no ha sido en vano, la niña ya entiende. 
YO:  Una diligencia de esas debe ser de lo más tensionante para la familia…
D.M.  Claro que sí…  Cuando uno está dentro de una diligencia, el mayor miedo es que lo vayan a golpear a uno.  Si uno está afuera de la casa, lo más importante es tratar de estar un poquito alejado de los policías, poder cogerles el número a los agentes que estén ahí, tener alguna cámara para grabar todo lo que vaya sucediendo…  Toca estar todo el tiempo a la defensiva.  Si uno está adentro de la casa, a uno le toca estar equipado de agua, de piedras, de palos, de varillas…  o sea de esos medios que uno tiene a la mano en una casa normal…  Le toca a uno tener ahí esas cosas listas, por si sí o por si no.  Hasta el momento, en mi caso afortunadamente, ha sido porque no. 
El día anterior a una diligencia uno no puede dormir bien, le dan a uno las doce, la una de la mañana por ahí despierto, pensando…  Duerme uno por ahí tres horas, porque al otro día toca estar listo para cualquier cosa.  En esos momentos a uno le da mucho mal genio, tensión, nerviosismo, dolor en el cuello, mucha tensión…  Las relaciones en la familia cambian muchísimo.  Todo el mundo está nervioso y si al uno le dicen “feo”, el otro le contesta “más feo es usted” y comienza el conflicto.  Uno se pone intolerante con los niños, que no hagan, que no digan, que no se muevan, que no salgan, que no sé qué…  La paz de nuestro hogar se ha visto muy afectada.  Cuando se calman las cosas, vuelve la paz.  Pero apenas llega el primer volante, o la primera notificación o cualquier cosa, inmediatamente vuelve la tensión a la casa y comienzan los choques…
Para la diligencia que me hicieron en marzo del año pasado, unos días antes me llegó una boletica por debajo de la puerta.  Era un anónimo.  Me decían que no me pusiera a pelear contra el banco, que me saliera por las buenas porque yo tenía cola.  Cola son mis hijas.  Yo le pasé esa boletica a mi señora y ella de la furia la volvió pedacitos y la botó a la basura…  Eso estuvo mal porque también era una prueba del acoso que me estaban haciendo…  A muchos otros compañeros también les han llegado boleticas parecidas…
El miedo más grande que a mí me da  es que de pronto en la diligencia vengan también a quitarle los hijos a uno…  hasta ahora a mí no me ha tocado eso, pero sí es un temor que está ahí porque a otros compañeros se lo han hecho…

Don Marco me parece ahora más frágil.  Ya no se asemeja a Mandrake, sino a cualquier colombiano bueno que sueña con unas condiciones mínimas de estabilidad para su familia.  Un hombre atrapado, como tantos colombianos, en la letra menuda de los bancos.  Lo más perverso de los créditos hipotecarios es el hecho de que legalmente se violan muchos derechos; y voluntariamente los usuarios se ponen en desventaja. 

YO:  ¿Ha aprendido algo de toda esta situación?
D.M.  Pues ya ve que sí.  Toda esta lucha me ha enseñado muchas cosas.  Sobre todo me ha enseñado a entender dónde están las violaciones legales que hay en estos procesos.  Con esto he aprendido que no solamente para los bancos, sino para muchas cosas, hay leyes a las que uno puede acudir.  Lo que pasa es que muchos colombianos no saben interpretarlas, pero ahí están y uno puede ampararse en ellas.  Yo leo las leyes, las analizo, las interpreto, y si no, le pregunto a los abogados y así aprendo.  Ya he ido conociendo tanto de esto, que también les he dado asesorías a los vecinos en problemas de vivienda, de servicios públicos; les digo por dónde podemos irnos legalmente para pelear contra el Estado.  He aprendido que se puede luchar, mientras uno tenga la razón y no esté atropellando a nadie.  Uno tiene el derecho a la defensa y también el derecho a la acusación.  Inicialmente lo mío era defiéndame y defiéndame, pero me dijeron “un momentico…  Acuérdese que si usted se defiende y sólo se defiende, los enemigos lo van a seguir atropellando…  No se defienda solamente, ¡ataque!”…  La mejor defensa es el ataque, dicen por ahí.  Entonces también aprendí a demandar a los que me han demandado a mí, y todo por ese estilo.
YO:  Y, con toda esa experiencia encima, ¿qué le aconsejaría usted a una persona que quiera contratar un crédito hipotecario con un banco?

Foto vía Flickr: http://www.flickr.com/photos/ludmila_tavares/2414435704/

D.M.  Que no lo haga.  Que mejor ahorre.  Es que en realidad, el engaño más grave que hacen los bancos es, sobre todo, la falsa publicidad.  Uno ve vallas en donde dice “Compre su casa por solo 150 mil pesos de cuotas mensuales”.  ¡Mentira!  Ése es solamente el gancho, porque no le están diciendo al usuario que por debajo de cuerdas también le van a ajustar la tasa de interés, el IPC; no le dicen a la gente que va a haber un incremento anual si es en pesos, porque si es en UVRs va a ser peor.  La otra parte del engaño va en la letra menuda que está en esos formatos que a uno le hacen firmar al momento de hacer un crédito.  Ponen un montón de condiciones y de reglas que no se entienden hasta que uno no está metido en el problema.  Toda persona que quiera hacer un crédito hipotecario tiene que estar encima de eso, mirando todo, preguntando todo, vigilando todo.  Y cualquier cosita que vea extraña, así sean 50 centavos que le estén cobrando de más, inmediatamente pedirle explicaciones al banco, y no verbalmente sino por escrito.  Porque en Colombia todo lo que no sea por escrito, no vale nada.  Entonces toca estar encima de eso, no perderle pie ni pisada a lo que haga el banco con el crédito de uno.

Apago mi grabadora y veo que don Marco se siente aliviado.  Me habla entonces de lo furiosa que su mujer está con él, con la vida.  Él no quiere que el matrimonio se deteriore, pero las cosas se complican cada vez más.  Me cuenta de las luchas de CUNDECON en Cali, en donde se ha ido implantando la consigna:  “Casa desalojada, casa tumbada”.  Lo miro y veo en él más tenacidad que esperanza.  Me extiende la mano y nos despedimos con una sensación de estar escribiendo unos puntos suspensivos.  Lo veo alejarse por esas calles de Soacha, repletas de casitas que se aferran rabiosamente a las montañas.
No hay en Colombia aún un sistema de crédito de vivienda que incline la balanza hacia los sectores más pobres del país.  Hoy día los créditos hipotecarios muestran una cara un poco más amable.  Sin embargo, hay mucha gente que todavía soporta los efectos de la crisis de los años noventa, y otros tantos que siguen endeudándose sin tomar demasiado en cuenta la letra menuda de los bancos.  Si bien los deudores de vivienda en la actualidad ascienden a un 6% solamente, con la situación de desempleo creciente y la perspectiva de una economía con tendencia recesiva, no resulta muy optimista el panorama hacia el futuro inmediato.  En una óptica realista, se puede esperar que ese 6% de morosos aumente en los próximos años. 

Carolina, mi brillante compañera de exploraciones soachunas, ha permanecido en silencio tomando apuntes, y ahora me mira con sus grandes ojos y un gesto de desilusión en la mirada.  Me atormenta ver escepticismo en una chica de 20 años.  “Qué mierda de país”, me dice ella.  “Qué mierda de país”, le respondo yo.

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