Por: Edith Sánchez
En Soacha los jóvenes de
los suburbios tienen que pedirle permiso a la delincuencia para existir. Así lo ratifican los panfletos que
periódicamente circulan por las barriadas.
A veces los dejan en alguna tienda, junto a una fotocopiadora, para que
los mismos condenados los reproduzcan y los den a conocer. Incluyen listas con nombres propios y órdenes
de toque de queda: Nadie puede circular
por las calles después de determinada hora y los jóvenes listados son
candidatos al asesinato o al destierro, por su condición de drogadictos,
problemáticos o simplemente indeseables.
Foto de El Espectador |
La
ubicación de este municipio es estratégica dentro de la estructura geopolítica
de Colombia. No sólo porque se halla
conectado en línea continua con Bogotá, la capital del país, sino también, y
principalmente, porque Soacha establece el enlace geográfico más fluido entre
la gran ciudad y todo el sur de la nación.
Por eso resulta al menos curioso que teniendo esos privilegios, el 78%
de su población se encuentre en la línea de pobreza. Como resulta curioso observar que tras haber
sido uno de los núcleos más dinámicos de la expansión empresarial, durante los
años 80, ahora registre un decrecimiento en la actividad productiva de más del
30% y un desempleo de más de 34%.
También es paradójico que en el marco de esa decadencia, su población
haya pasado de 28.000 a casi 500 mil habitantes en menos de 35 años. Muchos aseguran incluso que la cantidad de
pobladores supera los 800 mil. Es pues
un municipio en donde aumenta el número de moradores, mientras las cifras de
progreso y calidad de vida van en picada.
Soacha
se convirtió en el epicentro de una marejada informativa luego de que en junio
de 2008 Fernando Escobar, el entonces personero municipal, hablara en voz alta ante las
autoridades nacionales de lo que era un secreto a voces en ese municipio: algunos jóvenes de los sectores más pobres
estaban desapareciendo de sus barriadas.
En un
lugar como Soacha, donde la guerra ha mostrado todas sus caras, este hecho
permitía aventurar multitud de hipótesis.
Tantas que quizás por eso en un principio la actitud general de la
comunidad fue el deseo de no saber, de no decir. Sólo un puñado de madres, con la autoridad
moral que otorga el haberle dado vida a otro ser humano en una sociedad
radicalmente inhóspita, formularon sus denuncias, organizaron preguntas y exigieron respuestas, pues, como dice
Escobar: “los hombres no denuncian ni
dan quejas porque quedarían como sapos. Las quejas las da la mamá”. Los medios de comunicación hicieron eco a la
inquietud de las madres y el asunto despertó interés en la opinión pública. Se desató un mosaico de conjeturas.
El
mismo denunciante, Fernando Escobar, tenía muchas dudas al momento de hacer sus
primeras declaraciones: “Yo venía
hablando de este asunto en varios niveles, y hubo una persona a la que le
pareció esto tan grave que me dijo que debía ponerse en conocimiento de la
Presidencia.” El personero sabía de
casos en los que jóvenes desaparecidos habían vuelto luego a sus hogares
señalando haber estado “con grupos ilegales realizando varias actividades, como
cuidando el circuito de la droga”. “Los
reclutan para que colaboren en la vigilancia de una zona donde hay droga, para
que la distribuyan, para que sean raspachines”, agrega Escobar. Por eso no podía alimentar especulaciones.
Corría
agosto de 2008 cuando se encontraron los primeros cadáveres de los jóvenes
desaparecidos, en la población de Ocaña, Norte de Santander, al nororiente de
Colombia. Estaban reportados
oficialmente como guerrilleros dados de baja en combate. Sus cuerpos habían sido sepultados, varios
como “NN”, y las denuncias de las madres de Soacha lanzaron el hilo conductor
que permitió identificarlos.
Las
primeras elucubraciones tejieron una respuesta, relativamente endeble, que
apuntaba hacia un reclutamiento, voluntario o forzado, por parte de las
guerrillas izquierdistas de Colombia. La
hipótesis parecía tener poco asidero, porque de la izquierda armada ya poco
queda en Soacha. Durante los últimos
ocho años su presencia ha menguado drásticamente, gracias a eficacia la
política de Seguridad Democrática del Presidente, Álvaro Uribe, y a la acción
de la guerra no convencional librada por los paramilitares desde comienzos del
siglo XXI en esa zona. Se hablaba de
algunos reductos de las guerrillas de las FARC –Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia- y del ELN -Ejército de
Liberación Nacional-, pero su acción era marginal y los jóvenes desaparecidos
nunca habían mostrado interés en la militancia política.
En un
pasado no muy lejano Soacha representó un “bocado de dioses” para los
“guerrillos”, como le dicen a los guerrilleros popularmente en Colombia. El municipio siempre ha sido víctima de su
singular ubicación geo-estratégica en el país.
Los
reinsertados del M-19 -Movimiento 19 de
abril, de tendencia nacionalista- y del EPL
-Ejército Popular de Liberación, de tendencia maoísta-, dos grupos
guerrilleros desmovilizados a comienzos de los años noventa, fueron el primer
colectivo de izquierda que llegó a Soacha.
Ocuparon terrenos en la zona de Altos de Cazucá, un sector periférico y
montañoso que colinda con la Localidad de Ciudad Bolívar, la más pobre de
Bogotá. Unos dicen que se asentaron allí
gracias a unas partidas que el gobierno del entonces presidente Virgilio Barco les
destinó, para facilitar su reinserción a la vida civil. Otros, aseguran que llegaron a las laderas del
municipio mediante invasión ilegal de terrenos y que el gobierno se hizo el de
la vista gorda para no dañar la paz recién alcanzada con esos grupos. Los desmovilizados fundaron los barrios
“Carlos Pizarro” y “Santo Domingo” en la zona conocida como Villa
Mercedes. También desarrollaron
actividades de propaganda y trabajo social en el sector, a través de juntas de
acción comunal y organizaciones no gubernamentales.
Un
tiempo después, hacia el año de 1995, los guerrilleros de las FARC abrieron un
corredor estratégico para comunicar la región del Sumapaz, donde ejercían gran
dominio territorial, con la cabecera urbana de Bogotá. Inauguraron así el eje Sumapaz-Usme-Soacha-Ciudad Bolívar, cuyo
principal objetivo era el abastecimiento de las tropas y el tránsito de armas
desde la capital hacia los frentes que operaban en la zona de los Llanos
Orientales, Tolima y Huila, al sur del país.
Para garantizar su objetivo, las FARC crearon comandos urbanos conocidos
como “Milicias Populares”, que servían de apoyo político y realizaban labores
de inteligencia y de enlace logístico.
En un principio las FARC contaron con el apoyo de la Unión Patriótica -UP-, movimiento político de carácter comunista. Pero en 1998 se disolvió esa alianza debido a
la presión electoral indebida que estos intentaron ejercer sobre aquella.
Durante
varios años la guerrilla intentó penetrar las comunidades pobres de
Soacha. Por las características de la
lucha guerrillera, su presencia se estableció desde el afuera del municipio, es
decir, sin concentrar fuerzas ni hacer presencia fija en ningún sector
específico. La guerrilla basa su estrategia
militar en la capacidad de movilidad, de sorpresa y de ocultamiento, por eso no
podían darse el lujo de establecerse en las narices de Bogotá sin ser
detectados y aprendidos. Los
guerrilleros mantenían su centro de acciones en el Sumapaz y desde allí
desplegaban operaciones usando a Soacha como bisagra; las Milicias Populares
solo desarrollaban acciones puntuales de soporte para los frentes rurales de
las FARC, reclutaban nuevos integrantes y facilitaba la ejecución de acciones
terroristas en Bogotá. Algo similar,
pero en mucha menor escala, ocurría con la guerrilla del ELN.
Durante
la década de los noventa se dio un ascenso militar de la lucha subversiva en
todo Colombia. Solo hasta comienzos de
2001 el Ejército Nacional lanzó una ofensiva para recuperar el control del
corredor de movilidad abierto por las FARC entre Bogotá y Sumapaz, a través de
Soacha. Este evento coincidió con la llegada
y consolidación de grupos paramilitares en la misma zona. Poco a poco la guerrilla fue perdiendo
terreno. En el año 2003 tenía todavía
suficiente influencia como para hacer circular un panfleto anunciando que sus
hombres vigilarían las elecciones municipales, e instando a la población a no
votar por un referendo convocado por el gobierno. Nuevamente se evidenció que en Soacha los
panfletos operan como medio de comunicación oficial de las realidades no
oficiales. Desde 2004 la presencia de
las guerrillas en ese sector ha sido progresivamente erradicada, pero se sabe
que aún la Columna Teófilo Forero de las FARC desarrolla acciones esporádicas
en el municipio.
***
Avanzaba septiembre de 2008 y algunas figuras
de opinión en Colombia, llamaron la atención sobre el hecho de que las muertes
de los jóvenes se hubieran producido pocos días después de sus desapariciones,
según lo confirmaban las actas de levantamiento de cadáveres. Era como si hubieran salido de sus casas para
ir a morir en un frente de batalla. También salió a la luz pública que algunos
de ellos tenían antecedentes judiciales y/o eran consumidores habituales de
droga.
Foto El Espectador |
Fue
entonces cuando cobró fuerza una segunda hipótesis que planteaba dos
variantes: o los jóvenes eran criminales
que habían quedado atrapados en algún circuito de ajuste de cuentas, o eran
maleantes sobre los que habría recaído una cruzada de “limpieza social”
emprendida por alguno de los ángeles vengadores que pululan en Colombia. Con el eufemismo de “limpieza social”,
periódicamente en este país se ha dado
muerte a indigentes, prostitutas, vendedores de droga, adictos y toda serie de
individuos que a los ojos del “limpiador” son un atentado contra la asepsia que
ellos dicen representar.
Las
madres de los desaparecidos rechazaron la explicación de que sus hijos fueran
delincuentes o antisociales, asesinados por caprichosos avatares en las leyes
del hampa. Algunos muchachos no tenían
ningún antecedente penal y eso desvirtuaba la criminalización de los muertos.
Afirmar
que estos jóvenes habían sido víctimas de sus propios inventos, podría parecer
malintencionado. Pero no era de ningún
modo descabellado.
La ilegalidad
en Soacha es ley. De hecho, el poblamiento
del municipio se ha dado sobre la base de lo ilícito. De las 347 unidades habitacionales
reconocidas oficialmente, más de 180 corresponden a asentamientos subnormales,
producto de invasiones ilegales de terreno o de urbanizaciones piratas. Casi todos estos asentamientos se hallan
ubicados en Altos de Cazucá y Ciudadela Sucre, en la parte oriental del
municipio.
El
poblamiento de esas zonas comenzó en 1978 con una invasión de viviendistas
encabezada por una entidad llamada PROVIVIENDA.
Durante el proceso de asentamiento urbano, tuvieron gran protagonismo
los llamados “tierreros” o “terreros” definidos coloquialmente como
“oportunistas que caminaban la localidad en busca de baldíos para la venta”. Más exactamente, los “tierreros” eran gentes
dedicadas a la venta o arriendo de lotes, teniendo o no documentos que
certificaran su propiedad sobre los mismos, y sin tomar en cuenta si dichos
terrenos cumplían con los requisitos técnicos, normativos o ambientales de los
urbanizadores sociales. Los “tierreros”
actuaron a la luz del día durante décadas, ante la mirada impasible de las
autoridades locales. Actualmente gran
parte de los pobladores se declara propietaria del espacio que habita, pero no
cuentan con documentos legales que lo certifiquen.
A
finales de los años noventa el terreno comenzó a escasear, debido a la monumental
ola migratoria que llevó a miles de desplazados de todo el país hacia las
periferias de diferentes ciudades.
Proporcionalmente, Soacha es el municipio colombiano que mayor cantidad
de desterrados ha recibido en todo Colombia.
Actualmente el número de víctimas de desplazamiento forzado que habitan
en ese municipio se calcula en unos 26.000 y corresponden al 8% de su población
total, según los censos oficiales, siempre cuestionados por los habitantes. El municipio recibe al 46% de los desplazados
que llegan a Bogotá, lo cual significa un promedio de una a tres familias
diarias.
Con
el espacio agotado, urbanizadores piratas y migrantes forzados iniciaron la
construcción de viviendas en zonas de alto riesgo geológico, bien sea porque
edificaron en terrenos con pendientes superiores a los 45 grados, bien porque
construyeron sobre tierras mal drenadas, especialmente en la zona de la Laguna
de Potrero Grande, o bien porque sus casas se elevaron sobre suelos que antes
eran canteras y los hacían inestables. No
causó ninguna sorpresa entre los pobladores el sepultamiento de 17 viviendas a
comienzos de 2009: era una tragedia, no
tan natural, claramente anunciada. Cerca
de 800 personas se quedaron sin vivienda y ahora dependen por completo de la
ayuda ajena para tener un techo donde resguardarse.
Tener
una casa propia es el sueño que no deja dormir a muchas de las familias pobres
de Colombia. Esta ilusión se vuelve
entrañable en el caso de los desplazados, una población nómada que una o varias
veces ha tenido que renunciar al arraigo.
Conseguir un techo propio se convierte para ellos en la táctica para trascender
el fantasma del despojo. La vivienda
propia sería la etapa final de un recorrido incierto en el que han ido
despidiéndose de sus más entrañables lazos.
Representa la seguridad, la estabilidad, la posibilidad de construir vínculos
de pertenencia en un territorio y en una comunidad. Por eso para ellos es legítimo arañar la
tierra y edificar un albergue, que ponga fin a la errancia de los cuerpos y las
mentes.
La
“informalidad” parece ser un sello de marca en Soacha. Además de los barrios ilegales, el 76% de las
empresas también son informales. De las
minas para la explotación de materiales de construcción, un renglón importante en
la economía del municipio, cerca de un 30% operan en la ilegalidad. El contexto genera y reproduce condiciones de
pobreza extrema. “En Altos de Cazucá hay
familias de ocho personas que deben sobrevivir con 150 mil pesos al mes” (unos
75 dólares), dijo en una ocasión Juan Manuel Hernández, representante a la
Cámara por Bogotá. Esto significa que en
esos hogares cada persona tiene que mantenerse con cerca de 19 mil pesos
mensuales (casi 10 dólares), o sea, unos
700 pesos diarios (0,35 dólares). El pasaje de transporte urbano más barato
cuesta 1.000 pesos. "La situación
de Soacha es grave y creemos que el principal problema de los jóvenes es la
falta de un proyecto viable de vida digna", indica el personero municipal,
Fernando Escobar.
La
pobreza extrema es condición que tienta a optar por soluciones pragmáticas de
supervivencia. Tal vez por eso, la
delincuencia común en Soacha tiene dimensiones hiperbólicas. Desde hace más de tres décadas se registra acción
de pandillas y grupos de delincuencia organizada, especialmente en las comunas
4 y 6 que albergan a las poblaciones más pobres. En la última década ha crecido la inseguridad
de una manera inusitada. En una encuesta
realizada por la alcaldía municipal en marzo de 2009, el 86% de los pobladores
califican a Soacha como un municipio altamente inseguro, al tiempo que el 58%
declara haber sido víctima de algún delito.
En
las calles de los barrios pobres todavía se recuerda a “Tomasito”, un alias que
parece diseñado para sacristán de parroquia, pero que en realidad corresponde a
un temerario delincuente de las periferias de Soacha. Fredy Tovar, alias “Tomasito”, lideró una
peligrosa banda llamada “Los Gatilleros” en Altos de Cazucá. Se le endilga a este grupo el asesinato y
desaparición de más de cien personas en el sector. Muchos aseguran que “Los Gatilleros”
desmembraban a sus víctimas y las arrojaban en la Laguna Terreros, de Ciudadela
Sucre, para no dejar ningún rastro.
También afirman que “Tomasito” organizó una red de extorsiones a través
de la cual cobraban a los habitantes una “vacuna” o cuota forzada, desde dos
mil pesos en adelante, para garantizarles la seguridad. Tovar fue capturado por la policía en el año
2007 y hoy se encuentra purgando condena en una cárcel de máxima
seguridad. Se había convertido en una
suerte de caudillo de la delincuencia, no de otra forma se explica que en las
calles de la miseria aparezcan letreros señalando: “Tomás preso, pero vive. Su gente hace justicia”.
El
investigador Rafael Guarín relata en su blog de internet que “Los Gatilleros”
no son los únicos bandidos de la zona:
“Paralelamente delinquen los “Robles”, “Chuquines”, “Pankokis” y otros
grupos más. Han actuado homicidas de la peor especie como el “coleccionista de
orejas” y la gente recuerda varios casos de descuartizamiento. “El Escondite de
José” y otros lugares urbanizados ilegalmente refugian a criminales en la
absoluta impunidad.”
Las
bandas del municipio se dedican a actividades como expendio de estupefacientes,
asaltos bancarios, piratería terrestre, robo de residencias y de vehículos,
sicariato y secuestro a diferentes niveles.
Los habitantes de Soacha aseguran que actúan con la complicidad de la
policía, la cual recibe contribuciones económicas a cambio de no perseguirlos. Se habla también de que esa alianza cuenta
con nuevos socios: las llamadas “Bandas
emergentes”, según el gobierno, o paramilitares rearmados, según la mayor parte
de la población.
Los
rumores de corrupción en la policía coinciden con las afirmaciones de un
oficial que trabaja al servicio de “Daniel, El Loco Barrera”, un poderoso
narcotraficante colombiano. En
declaraciones dadas a la Revista Semana del 22 de abril de 2006, este sujeto
señaló: "La nómina para pagar
oficiales y miembros de los organismos de seguridad ronda los 250 millones de
pesos mensuales", refiriéndose al rubro para sobornos destinados a las
autoridades en las zonas de Bogotá y sus alrededores.
****
Toda
cultura rock que se respete dibuja su médula con los colores propios de la
conmoción. Es un género intenso y salvajemente urbano, en el que anida la
angustia de habitar un mundo indolente.
Mientras una signiticativa cantidad de jóvenes se vinculaban a los
grupos delincuenciales, otros fueron construyendo una importante cultura musical
en el municipio. Desde hace más de
treinta años, Soacha se convirtió en la cantera del Rock en Cundinamarca, y en
una de las influencias decisivas para el desarrollo del Rock duro en Bogotá. Bares locales como “Bonnie and Clyde”, o
“Woodstock Bar”, han impulsado bandas, esta vez musicales, como “Darkness”, que
ha tenido amplia resonancia en Colombia e incluso en Suramérica.
A
comienzos de los años ochenta, el Hip Hop, otro ritmo urbano y contestatario,
también comenzó a consolidarse como forma de expresión en las barriadas del
municipio. Trajo aparejadas expresiones
que le son propias como el “Break Dance”, su baile, el “Graffiti”, su
manifestación pictórica, y el “Beatbox”, una técnica que consiste en imitar con
la boca los sonidos de percusión y de todos los instrumentos de la música Rap. Desde
2007 se celebra en Soacha un Festival de Hip Hop que ha resultado ser el evento
musical más importante de ese género en Colombia. Las convocatorias a los distintos festivales han
sido encabezadas con consignas como “CONSPIRAR CONTRA EL HAMBRE”, “ROMPIENDO
SILENCIOS” y “VIVA EL BARRIO”. Hoy día
existen más de 100 agrupaciones de la cultura Hip Hop en Soacha.
En
octubre de 2008 se realizó también el primer Festival “Sua Rock” espacio que
buscó dar lugar a los 250 grupos de rock del municipio. El boleto de entrada al festival era un kilo
de alimento no perecedero, en solidaridad con los sectores más pobres de la
población. “Grinder” una de las bandas rockeras
más conocidas, dice en su canción “Hipocresía”, lo que podría ser una respuesta
para los que deciden la vida y la muerte de los jóvenes en Colombia:
Criticas todo lo malo que tú ves en mi ser,
Date cuenta que yo soy un espejo, que refleja,
oscuros pasajes de tu alma,
Demonios que no quieres enfrentar.
Date cuenta que yo soy un espejo, que refleja,
oscuros pasajes de tu alma,
Demonios que no quieres enfrentar.
A
finales de septiembre de 2008 los medios de comunicación colombianos tenían
enfocado todo su interés en los once jóvenes desaparecidos de Soacha. Recogieron testimonios en donde se mencionaban
volantes que habían circulado por la época de las primeras desapariciones; en ellos
se ofrecía 800 mil pesos a cambio de un trabajo que no se especificaba en el
comunicado. También surgieron versiones
de amigos cercanos a los muchachos desaparecidos; ellos le confirmaron al país
que varios hombres, unos militares, otros paramilitares, les habían ofrecido
trabajos relacionados con secuestros o labores de seguridad, a cambio de importantes
sumas de dinero y con la condición de que mantuvieran en secreto el proyecto. Los que no aceptaron la oferta quedaron vivos
para contar el cuento.
Una
vez conocidas estas versiones, todas las miradas apuntaron hacia los grupos
paramilitares, quienes, teóricamente, se habían desmovilizado desde el año
2006, pero ahora parecían estar nuevamente activos con nombres como “Águilas
Negras”. El gobierno los denominaba
“bandas emergentes” y descartaba que tuvieran relación con las autodefensas
desmovilizadas.
Algunos
estudios señalan que la llegada de paramilitares a la zona se dio desde 1998,
cuando hombres al mando de Víctor Carranza
-un mafioso de Boyacá conocido como “El zar de las esmeraldas”- llegaron a Soacha patrocinando la formación de
grupos de sicarios. En el 2001 se dio a
conocer públicamente la noticia de la conformación del Bloque Capital, el cual,
según sus voceros, actuaba bajo la dirección de las Autodefensas Campesinas de
Córdoba y Urabá, al mando de Vicente Castaño.
Un poco más adelante, algunos narcotraficantes se interesaron en
adquirir estas estructuras y es así como cierran el negocio: Vicente Castaño le vende a Miguel Arroyave la
“franquicia” del Frente Capital por la suma de 7 millones de dólares.
Los
nuevos grupos de paramilitares-narcotraficantes recién asentados en la zona se
ocupan de expulsar a las milicias de la guerrilla, persiguiendo a sus posibles
colaboradores y generando un control progresivo sobre los barrios periféricos
de Soacha. La Fundación Arco Iris dice
que “el Frente Capital no sólo buscó controlar zonas de operación de
estructuras y milicias vinculadas a la guerrilla, de acuerdo con las
declaraciones de su vocero público, sino que también estructuró flujos urbanos
de ingresos estables y considerables, la mayoría de ellos relacionados con
negocios ilegales, lo que incrementó el poder y la influencia de estos grupos,
y la capacidad para corromper a los funcionarios y penetrar las instituciones
de gobierno local”.
A
diferencia de la guerrilla, los paramilitares actúan desde dentro del municipio. Su estrategia pasa por instalarse y tomar
control sobre la comunidad. Buscan
imponer modelos de pensamiento y de vida, y su principal herramienta es el
terror. De ahí que sus actividades
adquieran visos de espectacularidad: son
acciones ejemplarizantes. Su propósito
explícito es defender el status quo de la sociedad; su interés encubierto es
enriquecerse con negocios ilegales. Los
paramilitares articularon la base popular de su movimiento sobre los grupos
delincuenciales activos en la zona.
Paramilitares,
narcotraficantes, parte de la delincuencia común y algunos sectores corrompidos
de las autoridades comienzan entonces a operar conjuntamente. Y logran así consolidar su dominio sobre los
sectores deprimidos del municipio. Implementan
sus acciones estratégicas al mejor estilo de la doctrina de la “Guerra de
Cuarta Generación”, en la modalidad de “conflicto de baja intensidad”, unos
conceptos militares inventados durante la era Reagan en Estados Unidos, y
puestos en práctica en diversas partes del mundo. Siguiendo los lineamientos de ese modelo, los
combatientes involucran de manera directa a la población civil en su actividad,
obteniendo de ella información, pago de extorsiones y complicidad de silencio; así
mismo, imponen un conjunto de valores y normas culturales que los pobladores
deben seguir al pie de la letra. Los
nuevos dueños del poder patrullan las barriadas en la noche, contribuyen a
dirimir conflictos por la propiedad de la tierra, declaran objetivo militar a
los drogadictos o ladrones de poca monta y estrenan su principal arma
propagandística: el panfleto. De estos tiempos datan los primeros
comunicados que anuncian “Se acuestan, o
los acostamos”, como advertencia a los jóvenes que parecen reacios a su
autoridad.
En el
año 2004 el narcotraficante conocido como “Daniel, El Loco Barrera”, era ya uno
de los capos de la droga más poderosos en Colombia. Tenía establecida una extensa red de
contactos y había logrado lo imposible:
establecer nexos entre los paramilitares y las FARC, las principales fuerzas
irregulares en guerra, para coordinar el tráfico de cocaína. Barrera le compraba base de coca al Frente 43
de las FARC en el Guaviare; luego la llevaba hasta el Meta para su
procesamiento y después la exportaba a través del Cartel del Norte del Valle,
de Antioquia y de la Costa Atlántica.
Los llamados “Mellizos”, Miguel Ángel y Víctor Mejía Múnera, comandantes
del bloque paramilitar “Vencedores de Arauca”, también fueron clientes de las
FARC gracias a los “buenos oficios” de “El loco”. Su creciente ascendencia hizo que en un
arranque de osadía pidiera permiso a las autodefensas para matar a Miguel
Arroyave, comandante del Bloque Centauros y dueño y señor del Bloque Capital. Algunos miembros del estado mayor de las
entonces llamadas Autodefensas Unidas de Colombia, dieron su beneplácito y fue
así como Arroyave cayó asesinado a manos de alias “Cuchillo” y “Jorge Pirata”,
dos comandantes muy cercanos a Barrera.
Desde entonces “El Loco Barrera” es quien manda y desmanda en las
estructuras que operan en Bogotá y sus alrededores. Dicen que no hay gramo de cocaína que pase
por la capital sin la autorización y el respectivo pago de derechos a este
personaje.
La
historia subterránea de Bogotá registra que en la actualidad existen varias
“Oficinas”, unos núcleos de delincuencia organizada, en varias partes de la
ciudad. Se habla de la “oficina” de
Suba, al noroeste de la capital, la cual tiene satélites en Soacha y Bosa, al
sureste de Bogotá. El diario El
Espectador publicó incluso que los jefes de esas organizaciones “permanecen en
un edificio cercano a la zona esmeraldera, sobre la Jiménez con Séptima, y en
la 134”. También señalan que Daniel, El
Loco Barrera “consolidó su presencia en Sanandresito de la 38 y en Corabastos y
las extendió a los sectores populares de Soacha, Kennedy, Ciudad Bolívar,
Fontibón, 7 de Agosto, Restrepo y el centro”.
Como quien dice, salvo la zona nororiental de la ciudad, en donde habitan
y trabajan los ricos de Bogotá, prácticamente toda la capital se encuentra bajo
la influencia de estas “bandas emergentes” o paramilitares, y ésta llega hasta
el municipio de Soacha.
No es
extraño, entonces, que la más reciente andanada de panfletos amenazando a los
jóvenes, a los homosexuales, a los drogadictos, a los “intolerables”, hayan circulado
en todo Bogotá y en Soacha. Lo que sí
enrarece el clima social son los segmentos de opinión, los miembros de la
sociedad civil que aplauden ese tipo de acciones. Extrañas madres las que dicen “Ojalá acaben
con esos vagabundos a ver si se sanea el barrio”. Extraños padres los que celebran la
instauración de un imperio del miedo.
Muchos colombianos parecen no entender las consecuencias de entregarle
sus destinos a la delincuencia y muestran fascinación por las soluciones
totalitarias.
***
Hasta
septiembre de 2008 había pasado desapercibido un suceso que permitía
desentrañar el misterio de los once desaparecidos de Soacha. A comienzos de ese año, el Sargento Alexánder
Rodríguez, adscrito a la Brigada Móvil XV que opera en Ocaña, denunció ante la
Fiscalía, ante la Procuraduría y ante sus propios superiores del ejército, que había
sido testigo de homicidios cometidos por sus compañeros contra civiles que
luego fueron presentados como guerrilleros dados de baja en combate, para
obtener los cinco días de descanso que su batallón daba como premio a quienes presentaran
muertos de guerra. El Sargento Rodríguez
fue expulsado de las Fuerzas Militares y al día de hoy no ha sido reintegrado.
Foto de EFE |
Las
piezas comenzaron a encajar. Pudo
establecerse que los muchachos desparecidos fueron contactados por
paramilitares en asocio con miembros de las fuerzas armadas, y mediante engaños
habían sido trasladados a frentes de combate.
Una vez allí los conducían a parajes retirados y les disparaban a sangre
fría. Después, les ponían traje de
camuflado y los hacían pasar como guerrilleros abatidos. Los montajes fueron burdos y dejaron pistas claras sobre lo
ocurrido. Algunos cadáveres tenían
puestas botas de diferente talla en cada pie;
en otros casos, la talla de los uniformes era evidentemente inferior o
superior a la del cuerpo que las portaba y varias de las heridas de bala habían
sido perpetradas a quemarropa. Eso sin
hablar de los casos en los que la víctima tenía discapacidades físicas o
mentales.
El
Ministro de Defensa de Colombia, Juan Manuel Santos, anunció una profunda
investigación en el interior de las Fuerzas Armadas. A finales de 2008, 27 militares fueron
retirados del servicio activo y se aceptó la renuncia del Comandante General
del Ejército, General Mario Montoya, quien luego fue nombrado embajador en la
República Dominicana. En abril de 2009 se
produjeron las primeras condenas a ocho uniformados por los casos de las
desapariciones en Soacha.
En un
comienzo se habló de once jóvenes desaparecidos, pero una vez el personero Escobar
hizo las primeras denuncias, comenzaron a aparecer casos similares en todo el
país. Actualmente la Fiscalía
adelanta investigaciones sobre más de
900 casos relacionados con este tema, y ocurridos entre 2007 y 2008 en diversas
regiones de Colombia. Desde que se
desató este escándalo, según el Ministro de Defensa colombiano, sólo reconoce
un caso adicional. El CINEP -Centro de Investigación y Estudios
Populares- por el contrario, dice que
entre julio y diciembre de 2008 se han documentado 35 nuevos casos de
ejecuciones fuera de combate, conocidas como “falsos positivos” en Colombia.
Recientemente
se supo que los intermediarios recibieron la suma de un millón quinientos mil
pesos -algo así como 600 dólares- por cada uno de los jóvenes asesinados. Aún no es claro quién pagó ese dinero. Tampoco resulta convincente que los militares
hayan llegado a semejantes extremos por obtener cinco días de licencia. Todavía se investiga.
Hay
quienes señalan que este tipo de prácticas se llevan a cabo desde hace muchos
años en ese país. El DIARIO PÚBLICO, de
Madrid (España), señaló que: “documentos
desclasificados del Departamento de Estado de EEUU y filtrados a la
organización civil National Security Archive (NSA), un grupo de investigación ligado
a la Universidad de Georgetown, revelan que la CIA conocía desde 1990 estas
prácticas delictivas perpetradas por las fuerzas de seguridad de Colombia.” Agrega que el ex embajador de Estados Unidos
en Colombia Myles Frechette: “califica a
(Mario) Montoya de promotor del método del "body count",
nombre utilizado para certificar éxitos en la guerra contrainsurgente y
permitir ascensos en la carrera militar.”
La Organización COLOMBIA NUNCA MÁS, dedicada a rescatar la memoria
histórica de ese país, asegura que ha creado un banco de datos que incluye el
registro de 25 mil ejecuciones extrajudiciales, de las que 10 mil cuerpos nuca
han aparecido.
Las
consecuencias de este escándalo son impredecibles para Colombia. El asunto de los “falsos positivos” ha hecho
mella en la confianza de las demás naciones frente a las autoridades
colombianas. Navy Pillay, Alta
Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, dijo que la
desaparición de estos jóvenes perfectamente puede ser juzgada por la Corte
Penal Internacional, que entra a operar en Colombia precisamente en este 2009. El 29 de abril, el gobierno de Gran Bretaña
retiró su ayuda militar al país, al tiempo que dos senadores de la oposición
anunciaron su decisión de denunciar los hechos ante la OEA.
Las
denuncias del personero de Soacha adquirieron una dimensión que él mismo no
imaginaba. Una vez estalló el escándalo,
recibió por correo en su oficina un panfleto elaborado con recortes de
periódico y firmado por las “Autodefensas de Cundinamarca”, citando el lema
“Los hermanos Castaño viven”. Los
autores del escrito se declaran defensores del presidente Uribe, del Ministro
de Defensa y de las Fuerzas Armadas; luego acusan al personero de ser
auxiliador del las FARC y le exigen que renuncie a su cargo, pues de no
hacerlo, lo van a asesinar. Frente a
esta situación, Fernando Escobar le dijo a El Espectador: “El estrés derivado de esto ha sido brutal y
obviamente el tema de la seguridad me preocupa. Hace poco me visitó un hombre
que dijo ser del Ejército. Estaba de civil, pero sacó un carné laminado que lo
acreditaba como Mayor. Llegó a hacer preguntas. A mí no me gustó, sentí
desconfianza. (…) La manera tan directa como me preguntó me hizo desconfiar. Le
dije que esa información la trataba directamente con sus superiores. Luego
llamé al Ejército y me dijeron que ellos no habían enviado a nadie.” El gobierno adjudicó un vehículo y un par de
escoltas para la seguridad del personero.
Fernando
Escobar pertenece a una nueva generación del poder en Soacha. Hasta el año 2005 y por más de dos décadas,
el municipio había sido gobernado por la “Dinastía Ramírez”, una familia
prestante del lugar que más de una vez se vio implicada en investigaciones y
sanciones de la Procuraduría por sus acciones.
El balance de sus sucesivas administraciones es la Soacha de hoy día,
sin más comentario posible. Un trabajo
de varios años y una veeduría estricta sobre las elecciones municipales,
permitieron que nuevos sectores accedieran al poder local.
Luis Fernando Escobar |
La
denuncia pública de los “falsos positivos” marca una profunda diferencia con la
actitud de las pasadas administraciones.
De hecho, en la primera audiencia senatorial con las madres de los
jóvenes ejecutados por el ejército, varias de ellas expresaron a través de
micrófono, que hasta ese momento Escobar era el único funcionario estatal que
había apoyado integralmente a las familias en este escabroso tema.
Al momento de dejar su cargo, a Fernando Escobar le preocupaban las 93 denuncias que había recibido por
desplazamiento interurbano: personas que
debían cambiar de barrio para proteger su vida o evitar que sus hijos fueran reclutados por algún grupo armado. Los
panfletos que amenazan a la juventud y que les recuerdan que en Soacha el
permiso para seguir viviendo lo da la delincuencia, exacerbaron el miedo de los
pobladores. Escobar registraba con
preocupación un conjunto de cifras y gráficos que guardaba en su portátil;
mantener actualizadas las cifras era el elemento que le permitía tener códigos de
interlocución con las autoridades regionales y nacionales. Siempre le pedían cifras. Las cifras son la quintaesencia de la
administración pública. Y a Fernando Escobar, que conoce bien el municipio, le inquietaba el subregistro de las problemáticas.
Aún el ex personero mira sin parpadear mientras escucha. Definitivamente, pertenece a una nueva generación del poder en Soacha. “Este tipo de situaciones se conocen desde hace muchos años. Lo que pasa es que los funcionarios de control no han querido meterse en problemas y por eso se callan”, dice Fernando Escobar mientras cierra su portátil. “Pero yo decidí no hacerme el pendejo”, agrega.
Aún el ex personero mira sin parpadear mientras escucha. Definitivamente, pertenece a una nueva generación del poder en Soacha. “Este tipo de situaciones se conocen desde hace muchos años. Lo que pasa es que los funcionarios de control no han querido meterse en problemas y por eso se callan”, dice Fernando Escobar mientras cierra su portátil. “Pero yo decidí no hacerme el pendejo”, agrega.
Soacha
ya no es el bucólico paraje en donde los viajeros bogotanos se detenían para
comer “garullas”, unos bizcochos de harina y queso por los que es famosa. Soacha, que deriva su nombre de una alocución
muisca que significa “Ciudad del varón del sol”, nunca volverá a ser la misma. La grave dificultad de este municipio deriva
de compartir con Bogotá los problemas más extremos en las poblaciones
vulnerables. Lo que no comparte es la
capacidad institucional de la capital para resolverlos. La buena voluntad de autoridades y sociedad
civil, tienen la última palabra.
ADENDA: Por los falsos positivos de Soacha ha habido condenas en tres de los casos. Los demás, esperan que aún se haga justicia.
ADENDA: Por los falsos positivos de Soacha ha habido condenas en tres de los casos. Los demás, esperan que aún se haga justicia.
QUE BUENA NOTA
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